2/1/12

REFUTACIÓN 6: En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas? (a Mariano Grondona)

Como comienza a volverse costumbre, la última columna del profesor Grondona está construida sobre una irresoluble falacia inicial que derrumba su castillo de naipes argumentativo sin necesidad de que nadie le dé una mano. Pero como también suele ser costumbre, el autor viste su argumentación con valoraciones y notas al pasar que no son menos falaces y precisas de atención. La consecuencia, una vez más, es una impugnación elaborada y –sobre todo (comienzo a odiar esto)- extremadamente larga. Pero nos debemos a nuestros caprichos, de modo que persistimos.

En esta oportunidad, en su artículo del sábado 24 de diciembre, titulado ‘En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas?’, el profesor Grondona se propone demostrar que la actitud de la presidenta tras la victoria electoral de octubre ha pecado de revanchista. Para establecer la escala de valores con la cual abordará la actitud política de la presidenta, el autor comienza citando a Churchill, quien sentenciaría “en la victoria, magnanimidad.” Así analiza Grondona la máxima del mandatario inglés:
(…) la "magnanimidad" o "grandeza de alma" -magna anima -, expresa a su vez el aprendizaje que habían adquirido los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las potencias anglosajonas de ambos lados del Atlántico, gracias al error garrafal que cometieron ellas mismas a fines de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando, en lugar de acoger generosamente a la vencida Alemania en el seno de las naciones libres, la "apretaron" con indemnizaciones imposibles de pagar. El resultado de esta insoportable humillación fue la emergencia de Adolf Hitler, que retribuiría la insensatez de la primera posguerra de los aliados anglosajones con su propia insensatez, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
Más adelante, el autor enlazará la experiencia bélica de la Segunda Guerra con el paisaje post-electoral argentino:
Después de su victoria, los vencedores tienen por lo visto dos opciones: una, el ajuste de cuentas con los perdedores, la revancha que traerá con el tiempo otras revanchas, y la otra, la magnanimidad, que es la semilla de la reconciliación. El 23 de octubre, Cristina Kirchner derrotó ampliamente a sus competidores en las elecciones presidenciales. ¿Cuál es el camino que elegirá a partir de hoy? ¿La magnanimidad o el ajuste de cuentas?
Aún al más desprevenido le saltará a la vista el irreconciliable paralelo entre los derrotados de una guerra y los derrotados políticos de una elección. Los derrotados de una guerra han sido (más literal que metafóricamente) eliminados. Los derrotados de una guerra son un pueblo todo, una nación. Criminalizarlos, estigmatizarlos y humillarlos por los desvaríos de sus dirigentes es seguramente un acto de profunda injusticia. No es lo mismo con una elección. Una elección dista mucho de ser una guerra (mal que le pese a muchos). Una elección es aquello mismo que expresa el término: una ‘selección,’ un acto de opción entre alternativas. En una democracia nadie es completamente eliminado. Las oposiciones derrotadas siempre tienen la posibilidad de reajustar sus propuestas a los intereses de los votantes o de convencer a los votantes de que sus propuestas son preferibles. Esto significa que en el plano democrático una elección no determina el final de una contienda. La democracia propone la noción de una contienda continua y constante. Una contienda de ideas, de proyectos y propuestas. Distinto es en las guerras; por eso que es caprichoso trasladar los aprendizajes del campo bélico al político. Pero no radica aquí la gran falacia en la argumentación del autor. La profunda contradicción que anula su propio razonamiento es expresada algunas líneas más adelante, bajo el sugerente subtítulo ‘Los primeros indicios’.