Después de mucho tiempo, recuperé este primer análisis, escrito ya hace casi un año, y que fuera el disparador de este blog. Si no lo había publicado antes se debió a que no acababa de conformarme su estilo de argumentación. Reviéndolo hoy, no noto diferencias profundas con el resto de lo que vengo escribiendo, de modo que tal vez no haya merecido haber quedado fuera durante tanto tiempo, y menos aún dado que su temática me permitió explayarme sobre algunas consideraciones personales que no hubiesen encontrado lugar en otra parte.
Quien se anime a su lectura debería tener presente dos cambios de importancia ocurridos desde que escribiera mi refutación. La primera, y fundamental, es que una mujer arribó a un billete de cien pesos, desplazando a Roca; la segunda, que el propio Grondona parece haber caído en cierta desgracia y sus otrora imperdibles columnas dominicales han comenzado a alternarse con otros autores. Por fortuna, nada de esto altera el alcance de este análisis, que comenzaba del siguiente modo:
Quien se anime a su lectura debería tener presente dos cambios de importancia ocurridos desde que escribiera mi refutación. La primera, y fundamental, es que una mujer arribó a un billete de cien pesos, desplazando a Roca; la segunda, que el propio Grondona parece haber caído en cierta desgracia y sus otrora imperdibles columnas dominicales han comenzado a alternarse con otros autores. Por fortuna, nada de esto altera el alcance de este análisis, que comenzaba del siguiente modo:
Leer las tradicionales columnas de Mariano Grondona en la última página de La Nación dominical equivale a adentrarse en una edificación tan pintoresca como antigua, erigida con los ladrillos de un sentido común enmohecido y añejo. Se trata de una construcción endeble, compuesta por materiales largamente socavados por la irreversible evolución de las ideas y del pensamiento moderno. No deja de sorprender que sea él, el periodista más comúnmente asociado con el ámbito universitario, quien dé cabal y reiterada muestra de toda falta de actualización académica. Mucho ha cambiado en el mundo de las ideas en las últimas décadas. Las estereotípicas citas a Platón o a Aristóteles y el irreductible fervor etimológico se asemejan a la confesión de parte de quien sigue aferrado a los saberes de un pasado superado. Largamente.
No se me malinterprete. Admiro la fuerza creativa que ha de suponer interpretar una realidad compleja a través de los simples y unívocos parámetros del pasado. Por momentos, incluso, el resultado puede deparar cierta belleza intelectual. Confieso que acostumbro a pasearme por estas edificaciones. No por placer arqueológico, sino por la pura y hedonista gratificación que me depara identificar falacias, errores de conceptualización, debilidades argumentales. Pero nunca como hace algunas semanas tuve la oportunidad de toparme con una arquitectura tan abiertamente primitiva, que deje tan en evidencia la falta de lecturas fundamentales de un hombre que, nadie duda, ha leído mucho.
Como soy perezoso -y como he estado sumamente ocupado en otros menesteres-, me he tomado un largo mes hasta decidirme a concluir la pormenorizada respuesta que aboceté ni bien leí aquella nota titulada ‘La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento,’ que ya desde el título deja entrever la tensión entre pasado y presente que complicará toda la argumentación. Opté por el modo más cómodo para desarrollar esta crítica. Ir por partes, cronológicamente, siguiendo punto por punto el desarrollo argumentativo del periodista. Decidí ser minucioso y extenso. Tan extenso, que seguramente la materia de análisis no justifique semejante esfuerzo. Pero sabía que me permitiría, de pasada, elaborar algunos conceptos que me interesaban desde hace tiempo. Además, tan rica en debilidades es esta columna, que no podía admitir dejarme ningún punto en el tintero.
No se me malinterprete. Admiro la fuerza creativa que ha de suponer interpretar una realidad compleja a través de los simples y unívocos parámetros del pasado. Por momentos, incluso, el resultado puede deparar cierta belleza intelectual. Confieso que acostumbro a pasearme por estas edificaciones. No por placer arqueológico, sino por la pura y hedonista gratificación que me depara identificar falacias, errores de conceptualización, debilidades argumentales. Pero nunca como hace algunas semanas tuve la oportunidad de toparme con una arquitectura tan abiertamente primitiva, que deje tan en evidencia la falta de lecturas fundamentales de un hombre que, nadie duda, ha leído mucho.
Como soy perezoso -y como he estado sumamente ocupado en otros menesteres-, me he tomado un largo mes hasta decidirme a concluir la pormenorizada respuesta que aboceté ni bien leí aquella nota titulada ‘La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento,’ que ya desde el título deja entrever la tensión entre pasado y presente que complicará toda la argumentación. Opté por el modo más cómodo para desarrollar esta crítica. Ir por partes, cronológicamente, siguiendo punto por punto el desarrollo argumentativo del periodista. Decidí ser minucioso y extenso. Tan extenso, que seguramente la materia de análisis no justifique semejante esfuerzo. Pero sabía que me permitiría, de pasada, elaborar algunos conceptos que me interesaban desde hace tiempo. Además, tan rica en debilidades es esta columna, que no podía admitir dejarme ningún punto en el tintero.
Punto 1: La Historia ‘real’ y el relato historiográfico
Con estas palabras inicia el profesor Grondona su columna: