1/11/12

REFUTACIÓN 9: La Entrevista (a Ernesto Tenembaum)

Acabo de recuperar esta refutación escrita hacia mediados del 2011 sobre un artículo de febrero de ese mismo año. Si bien algunos datos de la coyuntura han cambiado desde entonces, el centro del análisis continúa siendo válido. De modo que lo comparto con ustedes, más vale tarde que nunca:

Hoy vine a dar con un artículo de Ernesto Tenembaum que ya lleva algunas semanas de publicado y que llamó mi atención puesto que desnuda una de las limitaciones argumentativas que más suelo reprocharle a este periodista. Acostumbro a oír a Tenembaum en la radio y tengo para mí que es un muy buen profesional del medio; sobre todo, un gran entrevistador. La causa de este talento es, a mi entender, su habilidad para redirigir la mirada y transitar los márgenes de la noticia, adentrándose en detalles aparentemente superficiales pero con hondas implicancias humanas. Sin embargo, el impacto emocional que se logra buceando por estas aguas bajas puede llevar a conclusiones engañosas si uno omite el marco más amplio dentro del cual se insertan estos valiosos hallazgos cargados de humanidad. Muchas veces ocurre que la anécdota acaba desplazando al análisis. Cuando esto ocurre, se comunican valoraciones epidérmicas que yerran en su descripción de la realidad. Y esto es lo que he vuelto a encontrar hoy, en el artículo titulado ‘La entrevista,’ y publicado en la revista Veintitrés del 9 de febrero último. Me adentraré en sus párrafos más interesantes. Permítanme…

Punto 1: El error de naturalizar la experiencia personal

A Ernesto Tenembaum le molesta de sobremanera que el oficialismo no sólo batalle contra los medios caracterizados como hegemónicos, sino que además los evite, lo cual –como conviene a todo periodista de raza- lo deja con poco material de primera mano para trabajar. Su artículo, que podría leerse como un lánguido lamento ante la merma de entrevistados del oficialismo, comienza del siguiente modo:

30/9/12

REFUTACIÓN 1: La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento (a Mariano Grondona)

Después de mucho tiempo, recuperé este primer análisis, escrito ya hace casi un año, y que fuera el disparador de este blog. Si no lo había publicado antes se debió a que no acababa de conformarme su estilo de argumentación. Reviéndolo hoy, no noto diferencias profundas con el resto de lo que vengo escribiendo, de modo que tal vez no haya merecido haber quedado fuera durante tanto tiempo, y menos aún dado que su temática me permitió explayarme sobre algunas consideraciones personales que no hubiesen encontrado lugar en otra parte.

Quien se anime a su lectura debería tener presente dos cambios de importancia ocurridos desde que escribiera mi refutación. La primera, y fundamental, es que una mujer arribó a un billete de cien pesos, desplazando a Roca; la segunda, que el propio Grondona parece haber caído en cierta desgracia y sus otrora imperdibles columnas dominicales han comenzado a alternarse con otros autores. Por fortuna, nada de esto altera el alcance de este análisis, que comenzaba del siguiente modo:

Leer las tradicionales columnas de Mariano Grondona en la última página de La Nación dominical equivale a adentrarse en una edificación tan pintoresca como antigua, erigida con los ladrillos de un sentido común enmohecido y añejo. Se trata de una construcción endeble, compuesta por materiales largamente socavados por la irreversible evolución de las ideas y del pensamiento moderno. No deja de sorprender que sea él, el periodista más comúnmente asociado con el ámbito universitario, quien dé cabal y reiterada muestra de toda falta de actualización académica. Mucho ha cambiado en el mundo de las ideas en las últimas décadas. Las estereotípicas citas a Platón o a Aristóteles y el irreductible fervor etimológico se asemejan a la confesión de parte de quien sigue aferrado a los saberes de un pasado superado. Largamente.

No se me malinterprete. Admiro la fuerza creativa que ha de suponer interpretar una realidad compleja a través de los simples y unívocos parámetros del pasado. Por momentos, incluso, el resultado puede deparar cierta belleza intelectual. Confieso que acostumbro a pasearme por estas edificaciones. No por placer arqueológico, sino por la pura y hedonista gratificación que me depara identificar falacias, errores de conceptualización, debilidades argumentales. Pero nunca como hace algunas semanas tuve la oportunidad de toparme con una arquitectura tan abiertamente primitiva, que deje tan en evidencia la falta de lecturas fundamentales de un hombre que, nadie duda, ha leído mucho.

Como soy perezoso -y como he estado sumamente ocupado en otros menesteres-, me he tomado un largo mes hasta decidirme a concluir la pormenorizada respuesta que aboceté ni bien leí aquella nota titulada ‘La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento,’ que ya desde el título deja entrever la tensión entre pasado y presente que complicará toda la argumentación. Opté por el modo más cómodo para desarrollar esta crítica. Ir por partes, cronológicamente, siguiendo punto por punto el desarrollo argumentativo del periodista. Decidí ser minucioso y extenso. Tan extenso, que seguramente la materia de análisis no justifique semejante esfuerzo. Pero sabía que me permitiría, de pasada, elaborar algunos conceptos que me interesaban desde hace tiempo. Además, tan rica en debilidades es esta columna, que no podía admitir dejarme ningún punto en el tintero.

Punto 1: La Historia ‘real’ y el relato historiográfico

Con estas palabras inicia el profesor Grondona su columna:

23/9/12

REFUTACIÓN 8: “Señora Presidenta, le voy a decir algo…” (a Nelson Castro)


Hacía un buen tiempo que no volvía a este ejercicio de refutación, pero no puedo negar que me sublevan las fragilidades argumentales y los razonamientos falaces. Y si bien es cierto que me he acostumbrado a la vaguedad lógica de Nelson Castro, cuyos programas no suelo rehuir, en esta oportunidad sus palabras me llegaron a través de un medio que me impulsó a responder. El periodista Castro acostumbra cerrar su programa de cable con palabras (y consejos) dirigidos en primera persona hacia la presidenta. Estas palabras no suelen ser más que espacios para la catarsis personal del periodista, donde suele primar la emoción por sobre la argumentación, una argumentación que, de existir, se mueve siempre en los parámetros simplistas que ofrecen los binomios a los que más suele recurrir: lo ético y lo no ético, lo legal y lo no legal, lo institucional y lo no institucional. Frente a la complejidad y a los matices de la realidad, Castro acostumbra a pasar de largo. Esta vez no ha sido diferente.

La diferencia tal vez radique en la sorpresa que supuso encontrar su simpleza y su emocionalidad erigida por otros como estandarte de la lógica argumentativa y retransmitida en una cadena de mails como si de sabias verdades se tratara. A estas verdades me dedicaré en los largos párrafos que siguen. Como siempre, notarán, contraargumentar es tarea mucho más ardua e ingrata que argumentar flácidamente. Pero nadie dudará de la gratificación que acompaña todo acto pensante y reflexivo, más aún cuando su objeto no es otro que develar las flaquezas que acompañan a la apariencia de pensamiento.

Saber dónde nos paramos

El fragmento en cuestión esta vez es un video del 9 de agosto de este año, donde el periodista amonesta a la presidenta horas después de que ésta denunciara a Marcelo Bonelli, colega de Castro, durante una cadena nacional.

Detrás de un videograph que lee “El ataque de Cristina a Bonelli,” Castro comienza su segmento solidarizándose con el periodista de Clarín y calificando las palabras de la presidenta como “algo brutal.” De entrada, tratar el hecho como un ‘ataque’ y solidarizarse con el supuesto atacado comienza por situar a Bonelli en el rol de víctima y a la presidenta en el de victimario. Estos roles asignados por Castro no son ingenuos y ayudan a estructurar toda su argumentación. Es por esto que, antes de continuar sobre sus palabras, conviene recordar en qué consistió el discurso presidencial y evaluar desde qué lugar es posible adherir o cuestionar los roles otorgados por el periodista.

10/2/12

REFUTACIÓN 7: Gran Desafío para los Argentinos (a Hernán Brienza)

En su acostumbrada página dominical en Tiempo Argentino, el periodista Hernán Brienza deja escapar una calificación por lo menos discutible en torno al conflicto por la minería sustentable en las provincias cordilleranas. En su artículo del domingo pasado, entre los múltiples puntos que el autor baraja bajo el título ‘Gran desafío para los argentinos’, Brienza expresa lo siguiente:
(…) la Argentina debería ir previendo la posibilidad de construir una economía ecológicamente sustentable a mediano y largo plazo. No se trata de una enunciación de principios imperturbables, inmovilistas y antidesarrollistas –para los países no industriales, claro– sino de tomar conciencia de que el crecimiento económico deberá estar realizado bajo la fórmula del “menor daño posible hacia la naturaleza”. Y esto incluye a la tan cuestionada explotación minera. Lo demás es principismo verde pequeño-burgués o tácticas de grupos políticos y económicos que responden a dudosos intereses.
En esta brevísima caracterización de los distintos abordajes al problema de la minería en la actualidad, el periodista define dos opciones políticas posibles: la de un desarrollismo sustentable, al cual el autor adhiere, y la de un ecologismo vacuo, teñido por dudosos intereses burgueses o corporativos.  El principal problema de esta dualidad propuesta por el autor es que deja en una incómoda posición a los legítimos planteos ecologistas de los propios habitantes de las regiones amenazadas por una posible minería contaminante. En este punto me explayaré a continuación.

Una caracterización simplificadora de la realidad

De acuerdo con la caracterización de Brienza, ¿dónde ubicar a los cientos que se movilizan en rechazo de la minería contaminante en su propio territorio? El autor reduce toda oposición no corporativista a un “principismo verde pequeño-burgués”, es decir, al auto de fe de una clase media que se compromete ideológicamente con la defensa del medioambiente mientras se vuelca a un consumismo que necesita de la explotación de recursos naturales para sostenerse en el tiempo. Esta hipocresía tan característica en algunos núcleos urbanos alejados de los problemas sinceros de las regiones mineras puede, sin duda, aplicarse a no menos de uno. Sin embargo, dejar entrever que toda oposición ecologista se reduce a un principismo pequeñoburgués constituye una riesgosa y simplificadora síntesis de la realidad que deja de lado a por lo menos un importante colectivo de personas. Aún si suponemos que no es posible creer en un ecologismo no burgués, la etiqueta ‘principismo verde’ nada nos dice de quienes se oponen a la minería contaminante desde una visión inmediata y conyuntural; nada nos dice esta caracterización de los habitantes de los pueblos perjudicados, quienes poco se ocupan por principismos o ideologías en boga, y se encuentran movilizados por la defensa más básica pero legítima de su espacio vital.

A ellos, Brienza parece borrarlos del conflicto, o, peor aún, abultarlos bajo la denominación ‘principistas verdes pequeño-burgueses,’ que tan alejada se encuentra de la realidad de su reclamo.

Lo curioso e interesante de esta síntesis simplificadora en la que cae el autor es que acaba volviéndose en su contra y desnudando la ingenuidad de su propio abordaje de la realidad. Pues si el pensamiento ecologista expresa un espíritu pequeño-burgués por idealizar una realidad ambiental ajena, la cual se observa a distancia y con la cual no se contribuye desde el estilo de vida propio, la caracterización de Brienza lo muestra a él no menos pequeño-burgués en su mirada sobre el conflicto minero. Él también parece idealizar un desarrollismo que sólo puede sostenerse sobre una realidad ambiental que le es ajena y que también observa a distancia, al tiempo que omite discutir la implicación vital con el medioambiente de aquellos que habitan con su cuerpo y con sus historia los territorios amenazados por la actividad minera. Lo mismo que los ecologistas pequeño-burgueses que rechazan la explotación minera en regiones que desconocen y en las cuales la minería podría ser una importante fuente de crecimiento económico y social, el autor se muestra pequeño-burgués al ignorar o confundir el rechazo de buena parte de los habitantes de estos territorios, quienes serían, nada menos, los potenciales beneficiados de la actividad minera.

De esto no deseo extraer la errónea conclusión de que la postura desarrollista del autor es equivocada. Me basta señalar la mayor complejidad que adquiere el conflicto minero cuando se pone en juego la visión desarrollista enfrentada no sólo a un principismo vacío de consideración social, sino también a una defensa sincera y legítima del espacio vital.

2/1/12

REFUTACIÓN 6: En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas? (a Mariano Grondona)

Como comienza a volverse costumbre, la última columna del profesor Grondona está construida sobre una irresoluble falacia inicial que derrumba su castillo de naipes argumentativo sin necesidad de que nadie le dé una mano. Pero como también suele ser costumbre, el autor viste su argumentación con valoraciones y notas al pasar que no son menos falaces y precisas de atención. La consecuencia, una vez más, es una impugnación elaborada y –sobre todo (comienzo a odiar esto)- extremadamente larga. Pero nos debemos a nuestros caprichos, de modo que persistimos.

En esta oportunidad, en su artículo del sábado 24 de diciembre, titulado ‘En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas?’, el profesor Grondona se propone demostrar que la actitud de la presidenta tras la victoria electoral de octubre ha pecado de revanchista. Para establecer la escala de valores con la cual abordará la actitud política de la presidenta, el autor comienza citando a Churchill, quien sentenciaría “en la victoria, magnanimidad.” Así analiza Grondona la máxima del mandatario inglés:
(…) la "magnanimidad" o "grandeza de alma" -magna anima -, expresa a su vez el aprendizaje que habían adquirido los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las potencias anglosajonas de ambos lados del Atlántico, gracias al error garrafal que cometieron ellas mismas a fines de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando, en lugar de acoger generosamente a la vencida Alemania en el seno de las naciones libres, la "apretaron" con indemnizaciones imposibles de pagar. El resultado de esta insoportable humillación fue la emergencia de Adolf Hitler, que retribuiría la insensatez de la primera posguerra de los aliados anglosajones con su propia insensatez, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
Más adelante, el autor enlazará la experiencia bélica de la Segunda Guerra con el paisaje post-electoral argentino:
Después de su victoria, los vencedores tienen por lo visto dos opciones: una, el ajuste de cuentas con los perdedores, la revancha que traerá con el tiempo otras revanchas, y la otra, la magnanimidad, que es la semilla de la reconciliación. El 23 de octubre, Cristina Kirchner derrotó ampliamente a sus competidores en las elecciones presidenciales. ¿Cuál es el camino que elegirá a partir de hoy? ¿La magnanimidad o el ajuste de cuentas?
Aún al más desprevenido le saltará a la vista el irreconciliable paralelo entre los derrotados de una guerra y los derrotados políticos de una elección. Los derrotados de una guerra han sido (más literal que metafóricamente) eliminados. Los derrotados de una guerra son un pueblo todo, una nación. Criminalizarlos, estigmatizarlos y humillarlos por los desvaríos de sus dirigentes es seguramente un acto de profunda injusticia. No es lo mismo con una elección. Una elección dista mucho de ser una guerra (mal que le pese a muchos). Una elección es aquello mismo que expresa el término: una ‘selección,’ un acto de opción entre alternativas. En una democracia nadie es completamente eliminado. Las oposiciones derrotadas siempre tienen la posibilidad de reajustar sus propuestas a los intereses de los votantes o de convencer a los votantes de que sus propuestas son preferibles. Esto significa que en el plano democrático una elección no determina el final de una contienda. La democracia propone la noción de una contienda continua y constante. Una contienda de ideas, de proyectos y propuestas. Distinto es en las guerras; por eso que es caprichoso trasladar los aprendizajes del campo bélico al político. Pero no radica aquí la gran falacia en la argumentación del autor. La profunda contradicción que anula su propio razonamiento es expresada algunas líneas más adelante, bajo el sugerente subtítulo ‘Los primeros indicios’.