10/2/12

REFUTACIÓN 7: Gran Desafío para los Argentinos (a Hernán Brienza)

En su acostumbrada página dominical en Tiempo Argentino, el periodista Hernán Brienza deja escapar una calificación por lo menos discutible en torno al conflicto por la minería sustentable en las provincias cordilleranas. En su artículo del domingo pasado, entre los múltiples puntos que el autor baraja bajo el título ‘Gran desafío para los argentinos’, Brienza expresa lo siguiente:
(…) la Argentina debería ir previendo la posibilidad de construir una economía ecológicamente sustentable a mediano y largo plazo. No se trata de una enunciación de principios imperturbables, inmovilistas y antidesarrollistas –para los países no industriales, claro– sino de tomar conciencia de que el crecimiento económico deberá estar realizado bajo la fórmula del “menor daño posible hacia la naturaleza”. Y esto incluye a la tan cuestionada explotación minera. Lo demás es principismo verde pequeño-burgués o tácticas de grupos políticos y económicos que responden a dudosos intereses.
En esta brevísima caracterización de los distintos abordajes al problema de la minería en la actualidad, el periodista define dos opciones políticas posibles: la de un desarrollismo sustentable, al cual el autor adhiere, y la de un ecologismo vacuo, teñido por dudosos intereses burgueses o corporativos.  El principal problema de esta dualidad propuesta por el autor es que deja en una incómoda posición a los legítimos planteos ecologistas de los propios habitantes de las regiones amenazadas por una posible minería contaminante. En este punto me explayaré a continuación.

Una caracterización simplificadora de la realidad

De acuerdo con la caracterización de Brienza, ¿dónde ubicar a los cientos que se movilizan en rechazo de la minería contaminante en su propio territorio? El autor reduce toda oposición no corporativista a un “principismo verde pequeño-burgués”, es decir, al auto de fe de una clase media que se compromete ideológicamente con la defensa del medioambiente mientras se vuelca a un consumismo que necesita de la explotación de recursos naturales para sostenerse en el tiempo. Esta hipocresía tan característica en algunos núcleos urbanos alejados de los problemas sinceros de las regiones mineras puede, sin duda, aplicarse a no menos de uno. Sin embargo, dejar entrever que toda oposición ecologista se reduce a un principismo pequeñoburgués constituye una riesgosa y simplificadora síntesis de la realidad que deja de lado a por lo menos un importante colectivo de personas. Aún si suponemos que no es posible creer en un ecologismo no burgués, la etiqueta ‘principismo verde’ nada nos dice de quienes se oponen a la minería contaminante desde una visión inmediata y conyuntural; nada nos dice esta caracterización de los habitantes de los pueblos perjudicados, quienes poco se ocupan por principismos o ideologías en boga, y se encuentran movilizados por la defensa más básica pero legítima de su espacio vital.

A ellos, Brienza parece borrarlos del conflicto, o, peor aún, abultarlos bajo la denominación ‘principistas verdes pequeño-burgueses,’ que tan alejada se encuentra de la realidad de su reclamo.

Lo curioso e interesante de esta síntesis simplificadora en la que cae el autor es que acaba volviéndose en su contra y desnudando la ingenuidad de su propio abordaje de la realidad. Pues si el pensamiento ecologista expresa un espíritu pequeño-burgués por idealizar una realidad ambiental ajena, la cual se observa a distancia y con la cual no se contribuye desde el estilo de vida propio, la caracterización de Brienza lo muestra a él no menos pequeño-burgués en su mirada sobre el conflicto minero. Él también parece idealizar un desarrollismo que sólo puede sostenerse sobre una realidad ambiental que le es ajena y que también observa a distancia, al tiempo que omite discutir la implicación vital con el medioambiente de aquellos que habitan con su cuerpo y con sus historia los territorios amenazados por la actividad minera. Lo mismo que los ecologistas pequeño-burgueses que rechazan la explotación minera en regiones que desconocen y en las cuales la minería podría ser una importante fuente de crecimiento económico y social, el autor se muestra pequeño-burgués al ignorar o confundir el rechazo de buena parte de los habitantes de estos territorios, quienes serían, nada menos, los potenciales beneficiados de la actividad minera.

De esto no deseo extraer la errónea conclusión de que la postura desarrollista del autor es equivocada. Me basta señalar la mayor complejidad que adquiere el conflicto minero cuando se pone en juego la visión desarrollista enfrentada no sólo a un principismo vacío de consideración social, sino también a una defensa sincera y legítima del espacio vital.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario