2/1/12

REFUTACIÓN 6: En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas? (a Mariano Grondona)

Como comienza a volverse costumbre, la última columna del profesor Grondona está construida sobre una irresoluble falacia inicial que derrumba su castillo de naipes argumentativo sin necesidad de que nadie le dé una mano. Pero como también suele ser costumbre, el autor viste su argumentación con valoraciones y notas al pasar que no son menos falaces y precisas de atención. La consecuencia, una vez más, es una impugnación elaborada y –sobre todo (comienzo a odiar esto)- extremadamente larga. Pero nos debemos a nuestros caprichos, de modo que persistimos.

En esta oportunidad, en su artículo del sábado 24 de diciembre, titulado ‘En la victoria, ¿magnanimidad o ajuste de cuentas?’, el profesor Grondona se propone demostrar que la actitud de la presidenta tras la victoria electoral de octubre ha pecado de revanchista. Para establecer la escala de valores con la cual abordará la actitud política de la presidenta, el autor comienza citando a Churchill, quien sentenciaría “en la victoria, magnanimidad.” Así analiza Grondona la máxima del mandatario inglés:
(…) la "magnanimidad" o "grandeza de alma" -magna anima -, expresa a su vez el aprendizaje que habían adquirido los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las potencias anglosajonas de ambos lados del Atlántico, gracias al error garrafal que cometieron ellas mismas a fines de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando, en lugar de acoger generosamente a la vencida Alemania en el seno de las naciones libres, la "apretaron" con indemnizaciones imposibles de pagar. El resultado de esta insoportable humillación fue la emergencia de Adolf Hitler, que retribuiría la insensatez de la primera posguerra de los aliados anglosajones con su propia insensatez, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
Más adelante, el autor enlazará la experiencia bélica de la Segunda Guerra con el paisaje post-electoral argentino:
Después de su victoria, los vencedores tienen por lo visto dos opciones: una, el ajuste de cuentas con los perdedores, la revancha que traerá con el tiempo otras revanchas, y la otra, la magnanimidad, que es la semilla de la reconciliación. El 23 de octubre, Cristina Kirchner derrotó ampliamente a sus competidores en las elecciones presidenciales. ¿Cuál es el camino que elegirá a partir de hoy? ¿La magnanimidad o el ajuste de cuentas?
Aún al más desprevenido le saltará a la vista el irreconciliable paralelo entre los derrotados de una guerra y los derrotados políticos de una elección. Los derrotados de una guerra han sido (más literal que metafóricamente) eliminados. Los derrotados de una guerra son un pueblo todo, una nación. Criminalizarlos, estigmatizarlos y humillarlos por los desvaríos de sus dirigentes es seguramente un acto de profunda injusticia. No es lo mismo con una elección. Una elección dista mucho de ser una guerra (mal que le pese a muchos). Una elección es aquello mismo que expresa el término: una ‘selección,’ un acto de opción entre alternativas. En una democracia nadie es completamente eliminado. Las oposiciones derrotadas siempre tienen la posibilidad de reajustar sus propuestas a los intereses de los votantes o de convencer a los votantes de que sus propuestas son preferibles. Esto significa que en el plano democrático una elección no determina el final de una contienda. La democracia propone la noción de una contienda continua y constante. Una contienda de ideas, de proyectos y propuestas. Distinto es en las guerras; por eso que es caprichoso trasladar los aprendizajes del campo bélico al político. Pero no radica aquí la gran falacia en la argumentación del autor. La profunda contradicción que anula su propio razonamiento es expresada algunas líneas más adelante, bajo el sugerente subtítulo ‘Los primeros indicios’.


Punto 1: Una hipótesis fallida anula toda argumentación


Estos ‘primeros indicios’ que propone el profesor Grondona no son otros que los primeros indicios que dan cuenta (a su entender) de la actitud revanchista de la reelecta presidenta. Así son presentados:
Los primeros indicios que ha suministrado la Presidenta a este respecto son inquietantes. ¿Cuáles podrán ser para ella sus principales adversarios después del 23 de octubre? No por cierto los partidos de la oposición, que "se marcaron solos". Sí, en cambio, algunos referentes que hasta ayer fueron sus aliados, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, además de aquellos medios independientes de comunicación que no se curvan ante sus imposiciones y hasta aquellos sectores de la clase media que, ya sin los subsidios que atrajeron sus votos, podrían escapar hacia el dólar porque le temen a la inflación.
Nótese que en esta enumeración de adversarios el autor hace a un lado a los verdaderos ‘vencidos’ tras las elecciones: la oposición. Pero si los ‘vencidos’ no son tenidos en cuenta, ¿cómo sostener la hipótesis de que la presidenta no actúa con magnanimidad frente a ellos? Es en este punto donde la propuesta argumentativa del profesor se desintegra, y en su lugar se desarrolla una reflexión que (más allá de su lógica interna –que ya abordaré) contradice el marco lógico en el cual ha sido inserto. Sofismo puro, e irremediablemente imperfecto: Grondona nos propone analizar la actitud revanchista de la presidenta frente a sus vencidos, pero termina considerando su actitud frente a aliados, votantes y empresas privadas. Grondona nos propone una hipótesis de trabajo, pero se va en disgreciones que no son pertinentes a su propuesta. Por lógica, aquí deberíamos renunciar a toda profundización en nuestro análisis, dado que una hipótesis fallida desestabiliza o anula toda evidencia que uno pueda presentar en su favor. Deberíamos, en consecuencia, desechar esta columna, convencidos de que el autor es incapaz de argumentar con solidez, o, peor aún, de que pretende estafarnos, haciéndonos creer que habla de una cosa, cuando en realidad habla de otra. Es mi percepción de que estamos ante el segundo de los casos, lo que de algún modo me obliga a continuar. Tomemos lo que sigue, entonces, como una cuestión de principios.

Punto 2: La ‘magnanimidad’ de la Historia no es tal

Depuesta la lógica interna de esta nota, me queda entonces explayarme acerca de las falaces migajas discursivas esparcidas a lo largo y ancho del artículo. Recordemos que había sido una cita a Churchill el puntapié inicial para esta columna. Ya en su segundo párrafo, buscando ilustrar en qué consiste la magnanimidad de los vencedores, Grondona señalaba:
(…) a partir de 1919 los aliados no ejercieron la "magnanimidad", sino el revanchismo de un ajuste de cuentas, lo que empujó a Alemania a la hiperinflación de 1923, de la cual surgiría Adolf Hitler. Por eso, en 1945, los aliados, aplicando la lección duramente aprendida de la magnanimidad, levantaron a Alemania con el Plan Marshall en vez de hundirla y la convirtieron en uno de los pilares de Occidente.
No sin cierto pudor, producto de mi limitado conocer en materia histórica, me veo obligado a echar un poco de complejidad sobre la simplista lectura del profesor Grondona. En sus líneas, el autor parece concebir al Plan Marshall –el destino de billones de dólares estadounidenses a la reconstrucción de la Europa de postguerra (con Alemania incluída)- como un acto de ‘magnanimidad’, de pura generosidad altruista por parte del país del norte. En esta lectura, el autor elude la compejidad táctica e ideológica subyacente tras esta ayuda económica. No son pocos los autores que han sabido ver en esta estrategia estadounidense (lúcida y exitosísima, me permito agregar) un modo de contrarrestar la posible influencia de la también victoriosa Unión Soviética a fuerza de dólares, cuya aceptación forzaba un alineamiento político y económico con los Estados Unidos. En este contexto, hay quienes sugieren que más que convertir a Alemania “en uno de los pilares de occidente,” el Plan Marshall posibilitó su desarrollo dentro de un marco capitalista. Incluso, podría sostenerse que los dólares americanos sirvieron para apuntalar (aunque más no sea simbólicamente) este marco, pero que no fueron por sí mismos la causa de la recomposición de la economía europea, que dependió en mayor grado de las políticas económicas aplicadas por cada nación en particular. Las palabras del propio Marshall, en su famoso discurso de Harvard, anticipan el carácter estratégico que justificaría su plan de ayuda. En aquel entonces, el secretario de estado norteamericano señalaba que “el moderno sistema de división de trabajo sobre el cual se sostiene la economía de intercambio corre el riesgo de colapsar,” y sostenía que “más allá de los efectos desmoralizadores para el mundo en general (…), las consecuencias [de la ruina europea] para la economía de los Estados Unidos deberían ser evidentes para todos.”

Sin desconocer el positivo sesgo altruista que poseyó un plan como el Marshall, me interesa no desestimar las complejas razones (políticas, ideológicas y económicas) que posibilitaron su concepción y desarrollo. Una vez más, como en otras ocasiones, es menester subrayar la necesidad de percibir los matices de la Historia, sus grises inequívocos, y rechazar las reducciones que se limitan a subrayar blancos y negros. En este mismo error reincide el profesor Grondona sobre el final de su columna, cuando llama a la memoria de nuestra propia historia nacional: 
El camino del ajuste sucesivo de las cuentas, multiplicándose con cada ida y venida de la agresión, puede extenderse al infinito. Para cortarlo hay sólo un remedio: la magnanimidad del vencedor. ¿Por qué se cree, si no, que un estadista como Urquiza dijo: "Ni vencedores ni vencidos" después de Caseros? Porque miraba al largo plazo.
Como en el caso anterior, la cita a Urquiza merece algunas consideraciones. Vuelvo a anticipar mis disculpas hacia aquellos con un conocimiento de la Historia más extenso que el mío, pero creo que mis siguientes notas están lo suficientemente corroboradas como para volcarlas sin demasiados reparos. En principio, conviene apuntar que el famoso lema de Urquiza no fue pronunciado tras la batalla de Caseros, como nos ilustra el profesor Grondona, sino hacia el final de la llamada Guerra Grande, que enfrentó a los bandos colorados y blancos en la República Oriental del Uruguay. Aquel lema, atribuido a Urquiza, acompañó la cruzada de Rivera, alfil uruguayo del caudillo entrerriano, y expresó el espíritu del tratado firmado tras la rendición de Oribe, aliado de Rosas y parte derrotada en el conflicto. Sin otra confirmación que la especulación retrospectiva, resulta interesante explorar los posibles sentidos que aquella famosa frase puede adquirir a la luz del contexto histórico en el que fue expresada. En primera instancia, aquel lema constituía una promesa de amnistía general para los dos bandos uruguayos enfrentados. Pero nótese que este espíritu conciliador era fomentado justamente por Urquiza, es decir, un personaje externo al conflicto de aquella república, aunque claramente interesado por una resolución lo más pacífica posible. Puede decirse que Urquiza sí fue un claro vencedor en esta contienda. Pero no menos vencedores fueron los intereses brasileños, ingleses y franceses, que también supieron obtener sus beneficios de aquella derrota. Es menester señalar aquí que la capitulación de Oribe significaba el fin de un proyecto de alianza portuaria entre la Buenos Aires de Rosas y Montevideo, algo que no convenía a ninguna de las terceras partes involucradas. De modo que, en principio, el ‘ni vencedores ni vencidos’ de Urquiza parece encubrir una realidad en la cual los vencedores, por lo menos, no eran los uruguayos. ‘Ni vencedores ni vencidos en el Uruguay’, podría decirse; los vencedores, claro está, fueron los otros.

Pero tal vez alguien crea ver en el lema de Urquiza una ética bélica y política que trascendió los límites de la Guerra Grande y se aplicó a futuras victorias del caudillo. En ese caso, tenemos la realidad histórica para desmentirlo. Tras la guerra en el Uruguay, Urquiza no permitió el retorno de las fuerzas rosistas a Buenos Aires, sino que las sumó por la fuerza a sus propias filas. Aquí, el ‘ni vencedores, ni vencidos’ supuso la libertad a cambio de la traición. Finalmente, nos queda aún la cuestión de Caseros, puntualmente señalada por el profesor Grondona. Tras su victoria en Caseros, Urquiza mandaría a ejecutar a Martiniano Chilavert por la espalda, acusado de traidor, lo mismo que a los desertores de Regimiento de Aquino (aquellos soldados que había reclutado por la fuerza en Montevideo), a quienes colgaría ejemplificadoramente en el camino a Palermo. No fueron estos los únicos ejecutados por Urquiza (quien, no está demás recordarlo, también había actuado como un traidor a la Confederación liderada por Rosas), y el propio Rosas se vería obligado a huir al extranjero para proteger su vida.

Al parecer, y más allá de la buena voluntad que ponga el profesor Grondona, el ‘ni vencedores ni vencidos’ no se ha aplicado tras Caseros.  

Punto 3: La delicada verdad de las citas

Este análisis de la frase ‘ni vencedores ni vencidos’ debería dejarnos una enseñanza para nada novedosa. Existe una incuestionable distancia entre las palabras y los hechos. Las palabras, es cierto, están habilitadas para esclarecer e ilustrar; pero suponer que este efecto retórico encierra una realidad concreta es un error. Creer que quien sentencia ‘ni vencedores ni vencidos’ se torna, por la magia del acto discursivo, en un ser magnánimo, en un ejemplo a seguir, supone confundir el dicho con lo hecho. La realidad es que, salvo para el sofista o el místico (para quienes la palabra equivale a la verdad), no siempre existe coherencia entre la sentencia retórica y su concreción. Desde Urquiza a Curchill, no quedan dudas de que el discurso conciliador es políticamente inteligente y agradable a los oídos; pero esto dista de suponer que quienes suscriben a ese discurso sacrifiquen poder político en su nombre. De modo que sólo es posible intuir intencionalidad (si es que excluimos la ingenuidad) en la aparente devoción con la cual el profesor Grondona se aferra a las citas, a las que suele tratar como verdades reveladas. Lo verdaderamente irónico del caso es que, tras su victoria electoral, los discursos de la presidenta no han buscado otra cosa que ese tono conciliador que el autor le reclama. Ya desde sus palabras de victoria la presidente se dirigía “a los que me votaron y a los que no me votaron también,” y convocaba “a todos los argentinos a la unidad nacional.”

Claro que cierto grado de desconfianza en las palabras es sano y deseable. Todos sabemos que los discursos cumplen, antes que nada, una función persuasiva. Pero entonces, quienes aprenden a desconfiar de las palabras, raramente las tratarán como vehículos incuestionables de verdad. El profesor Grondona se propone medir a las personas por sus dichos, y sin embargo, omite aquellas palabras de la presidenta que debilitarían sus argumentos; aquellas palabras que, dentro de los parámetros que maneja el autor, parecerían otorgar a la presidenta cierto grado de la magnanimidad que él se niega a reconocerle.

Punto 4: Misceláneas

Las falacias introducidas por Grondona en su argumentación no se acaban. Algunas consisten en someras valoraciones hechas al pasar, las cuales van definiendo negativamente al objeto de sus ataques, aún cuando se trate de apreciaciones personales carentes de fundamentación. Así el autor señala que entre los nuevos adversarios de la presidenta se encuentran:
(…) aquellos medios independientes de comunicación que no se curvan ante sus imposiciones y hasta aquellos sectores de la clase media que, ya sin los subsidios que atrajeron sus votos, podrían escapar hacia el dólar porque le temen a la inflación.
En principio, el autor clasifica a los medios de comunicación de acuerdo con dos categorías: aquellos que no se curvan ante el gobierno y aquellos que sí se curvan. La gran debilidad (o la gran astucia) de esta clasificación consiste en no determinar a qué medios se hace referencia. Al omitir nombres, el razonamiento del autor queda eximido de una refutación profunda. Mal podríamos explayarnos cuando no hay nombres concretos para analizar. Claro que la falta de definiciones no implica que no podamos intuir a quiénes parece aludir Grondona. Nuestro conocimiento del autor y de sus simpatías nos permite interpretar la inclusión tácita de Clarín y La Nación en el primer grupo. Si admitimos que es a estos medios a los cuales se refiere el autor, podemos pasar a analizar hasta qué punto es posible sostener que Clarín y La Nación son medios independientes. Todo depende de la definición de dependencia que manejemos. Para el profesor Grondona, la única dependencia riesgosa parece ser la gubernamental, pero si extendemos nuestra definición de dependencia del plano gubernamental al político y económico, comienza a hacerse evidente que ambos medios responden a intereses políticos y económicos que vician su independencia periodística. Que sean independientes del gobierno no los convierte por extensión en ‘medios independientes’ (en el sentido amplio del término).

Claro que es el segundo grupo el problemático. Uno puede suponer que, para Grondona, quienes sí se curvan son aquellos medios usualmente asociados con el oficialismo. De ser así, deberíamos apresurarnos a señalar que simpatía y sometimiento son dos cosas muy distintas, y que parece claro que no todos los medios que simpatizan con el oficialismo se someten a su voluntad. La falacia, en este caso, estribaría en que algunos medios o periodistas que hoy son tenidos por oficialistas o por próximos al oficialismo no han ‘curvado’ su línea editorial, sino que simplemente han encontrado en el oficialismo un régimen de políticas coherentes con los reclamos históricos de sus periodistas. Página 12 es, dentro de los matutinos, el ejemplo más claro de esto. Quienes hayan leído críticamente este periódico durante los 90, notarán que su adhesión por las políticas kirchneristas resulta lógica y predecible. Sin embargo, la omisión de nombres del columnista nos obliga a adentrarnos en un terreno de inferencias y suposiciones que nos aleja de sus argumentos concretos. En consecuencia, preferiría no profundizar estas consideraciones y continuar avanzando. 

Así, en las mismas líneas anteriores leíamos que entre los adversarios del gobiernos se contaban:
(…) aquellos sectores de la clase media que, ya sin los subsidios que atrajeron sus votos, podrían escapar hacia el dólar porque le temen a la inflación.
Es notable suponer que pueda existir una relación recíproca entre aquellos que votaron subsidios y aquellos que huyen hacia el dólar. Salvo casos aislados, de los que siempre es posible encontrar, aquellos sectores de la clase media que corren tras el dólar no son los mismos que sienten un gran alivio hasta el punto de comprometer su voto cuando el Estado les subvenciona entre 100 y 300 pesos de servicios. Grondona parece creer que alguien seriamente preocupado por una inminente corrida inflacionaria puede haber entregado su voto a cambio de una subvención semejante. Una vez más, Grondona nos deja en la disyuntiva de tratarlo como a un intelectual ingenuo o como a un falsario tendencioso. Si optamos por el segundo caso, deberíamos interpretar entonces que el autor no cree en la veracidad de sus palabras, pero que aún así las vuelca frente a sus lectores, buscando despertar un sentimiento de identificación en los mismos. Su objetivo no podría ser otro que el de ir articulando de antemano una imagen negativa del gobierno nacional, previo a analizarlo en los párrafos subsiguientes. 

Pero aún hay más. Si nos negamos a dejar nada en el tintero, podemos apuntar algunas cuestiones menores pero no por esto menos interesantes. Escribe el autor:
En cuanto a los ahorristas alarmados por la inflación, el Congreso concretó la idea del diputado Carlos Kunkel de acusar de terrorismo a los ahorristas "indisciplinados" -"éstos y no los que ponen bombas", dijo Kunkel, "son los verdaderos terroristas"-, a la que se sumó la idea de Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, de desplegar una legión de perros amaestrados para atemorizar a los viajeros.
Dos notas rápidas al respecto. Por un lado, vuelve a hacerse evidente la fe en los dichos por sobre los hechos. El ‘fetichismo de la palabra’ podríamos llamar a este recurso de argumentación tan habitual en el autor. En esta semana, tan sensible para muchos debido a la promulgación de la Ley Antiterrorismo (que seguramente deja más indefensa a la protesta social que a los ahorrista ‘indisciplinados’), el profesor Grondona se aferra a una frase que es claramente desmentida por los hechos. Más allá de lo que piense Kunkel, la controvertida ley deja en claro que no es intención del gobierno tratar a los ahorristas como terroristas. La falacia, aquí, consiste en atribuir a las acciones de la presidenta (que son el objeto de análisis de la columna) palabras expresadas por terceros que, aún siendo oficialistas, son desmentidos por las políticas concretas que moviliza la fuerza política que representan (en este caso, la ley que intenta definir los actos terroristas, y que lejos está de condenar como tal a la indisciplina monetaria).

Por el otro,  nunca deja de sorprender que un defensor de la integridad de las fronteras –como se ha pronunciado ya en otras oportunidades el autor- interprete la presencia de controles aduaneros como un acto de ‘atemorización’ de los viajeros. Quizá esta actitud se explique por el hecho de que los perros de la AFIP a los que hace referencia tienen por misión la identificación de un tipo de contrabando que tiene a las clases adineradas como blanco, en lugar de las clases más humildes, usualmente asociadas con el contrabando de narcóticos. Tengo la certeza de que Grondona no se animaría a cuestionar por ‘atemorizadores’ aquellos operativos destinados a evitar la entrada o salida de estupefacientes. 

Retomando su invectiva contra el gobierno, el autor se pregunta en el párrafo siguiente:
¿Quiénes acompañan con fervor a la Presidenta en esta múltiple ofensiva? El puñado de sus aplaudidores incondicionales: los militantes de La Cámpora, los funcionarios que la rodean y, a la cabeza de todos ellos, Guillermo Moreno, ascendido a polifuncionario.
No es mi intención hacer una defensa del gobierno (juro que nunca lo es). Simplemente, la flaqueza argumentativa del autor llama a una refutación constante. Dice él que sólo “un puñado de aplaudidores incondicionales” acompaña a la presidenta. Pareciera ser que el enorme caudal de votos con el que fuera ratificado el proyecto kirchnerista no es tenido en cuenta por el autor. Los votos, justamente, son tal vez la forma más democrática de acompañar un proceso político y económico que, lejos de virar, viene siendo ratificado por todas las acciones que el columnista cuestiona.

Punto 5: La generación espontánea de las leyes (o, una ética de la mentira)

Entre la evidencia con la cual el profesor Grondona intenta sostener su fallida hipótesis de trabajo, se cuelan las siguientes líneas que tratan de dar cuenta del ataque de la presidenta a Moyano:
Contra él, la Presidenta ya empezó a operar mediante el intento de desguazar la Uatre, el vasto sindicato rural a cargo de Gerónimo "Momo" Venegas.
La frase verbal utilizada (‘ya empezó a operar’) otorga inmediatez coyuntural a un hecho que lleva ya largo rato desarrollándose en las comisiones del Congreso. Como el profesor Grondona bien sabe, antes de llegar a ser votado en las respectivas cámaras, los proyectos pasan tiempo estudiándose y siendo debatidos en distintas comisiones parlamentarias. A muy pocos escapa el conocimiento de este funcionamiento básico de nuestro organismo legislador. Las palabras de Grondona, en cambio, parecieran encerrar la creencia cuasi-mística en la generación espontánea de las leyes; pero él (justo él) sabe muy bien que esto no es así. Por lo tanto, atribuirle intereses coyunturales a una ley que ha llevado largo tiempo de desarrollo constituye una falacia más entre tantas otras. Aunque tal vez, tomar a esto por ‘falacia’ resulte generoso. Muchos creerán ver aquí una consciente manipulación de la realidad, rayana mentira. Se trata exactamente de la misma manipulación encerrada apenas unas líneas más abajo, cuando el autor agrega que:
(…) la energía cristinista se concentró aún más en los medios independientes de comunicación al conseguir de un Congreso que sólo sabe decir que sí, sin debate a sus iniciativas, leyes que comprometen seriamente la provisión de papel para los medios escritos…
Lo mismo que antes, la norma que declara de interés público la producción y distribución de papel para diarios estuvo más de un año siendo tratada y debatida en distintas comisiones del Congreso, mucho antes de que el oficialismo obtuviera la posición privilegiada que parece reprocharle al autor. Pero entonces, si la ley sí fue debatida, y si sus debates contaron con la presencia de innumerables periódicos y de asociaciones de medios de todo el país, cuando el profesor Grondona dice que el Congreso no debate las iniciativas presentadas, sólo es posible pensar que miente deliberadamente a sus lectores. Hay aquí una cuestión ética que no quisiera soslayar. Es cierto que el autor muchas veces nos permite dudar si no es la ignorancia lo que direcciona sus falacias (yo tengo para mí que muchas veces sí lo es). Pero hay momentos como los analizados en este punto que no dejan lugar a duda: el profesor Grondona nos miente cuando finge desconocer el proceso que lleva a la aprobación de una ley. Nos miente a nosotros, lectores circunstanciales, pero también a aquellos lectores devotos que depositan en él su confianza seguros de que recibirán una veracidad que el autor prefiere trocar por patraña. Porque no importa su signo ideológico, no hay lector que desee que le mientan. Después de haber leído y analizado tantos textos del autor a lo largo de los años, no es difícil concluir que la falta de respeto de Grondona hacia sus lectores es recurrente. El autor parece suponer que sus lectores son gente desatenta e ignorante de los pormenores básicos de la política; no de otro modo podría entregarles mentiras semejantes con tal liviandad (¡Ah, lector de Grondona! ¡Mira por quién te han tomado!). Entre todo lector y autor se establece un pacto implícito de confianza y respeto. El lector entrega su confianza a cambio de ser tratado con respeto y veracidad. La ruptura intencionada y subrepticia de este pacto por parte del autor es una forma de traición a la confianza en él delegada. Me pregunto hasta qué punto deberá Grondona su merma de lectores a sus constantes embates contra este pacto básico de reciprocidad.

Punto 6: Deshistorizar la historia

En última instancia, la estrategia aplicada por el columnista en los dos fragmentos anteriores consiste en anular el carácter histórico y procesual de las decisiones políticas que se desea cuestionar. De este modo, si se impone la falacia de que el estatuto del peón rural y la declaración de interés público del papel prensa no han tenido un pasado de discusiones, de debates, de idas y venidas, todo puede ser reducido a un capricho presidencial. Grondona ‘deshistoriza’ la las acciones políticas. Cercena los acontecimientos de los complejos procesos histórico-políticos que llevaron a su concreción. Lo mismo podría aplicarse a las lecturas que el autor hacía del Plan Marshall y de la cita de Urquiza. Y es esta misma estrategia la que reaparece más adelante, cuando el autor continúa caracterizando el ataque ‘cristinista’ hacia los ‘medios independientes’, esta vez en referencia al allanamiento a Cablevisión. Para el profesor, el allanamiento ha sido llevado a cabo por:
(…) un ‘juez amigo’ ante iniciativas propuestas por el tándem de la comunicación oficialista de Daniel Vila y José Luis Manzano, que operan desde Mendoza, para debilitar y eventualmente desguazar Cablevisión.
Más allá del innegable acercamiento entre el grupo Vila-Manzano y el gobierno a causa de la pauta oficial, no sólo es poco claro el rol de los contactos kirchneristas en el allanamiento (que puede sin dificultad ser presentado como el resultado de un conflicto entre particulares), sino que Grondona vuelve a tratar el hecho como el producto de una coyuntura limitada y específica. Todo vuelve a ser presentado como el capricho revanchista de una presidenta victoriosa, pero no magnánime. Sin embargo, la denuncia al grupo Clarín por ‘abuso de posición dominante’ ante la fusión de Cablevisión y Multicanal no es reciente, y llevaba ya 8 meses al momento de la orden de allanamiento. No menos sugerente es el hecho de que el autor se centre en el cuestionado grupo Vila-Manzano, cuando la denuncia ha sido avalada por una cantidad notable de cableoperadores de todo el país que se han visto perjudicados por las prácticas hegemónicas del grupo Clarín. Por lo menos 40 de ellos firman una solicitada reciente, en la cual aparece desmentida la versión a la cual adhiere Grondona. Claro que siempre es posible suponer que los 40 cableoperadores son parte de los medios que se ‘curvaban’ ante el gobierno. Pero aún consintiendo esto, seguiría quedando clara la estrategia de Grondona de suprimir la historia de los hechos para presentarlos como caprichos políticos de la coyuntura inmediata.

Punto 7: Conclusión: el estadista y la política partidaria


Con el siguiente párrafo concluye Grondona su columna:
Si Cristina atiende al largo plazo, construirá algo mejor que el placer fugaz del ajuste de cuentas. Se elevará a la singular condición de "estadista". ¿Qué le interesará, en definitiva, más? ¿El puño del poder inmediato, quizás efímero, o el pedestal de la historia? Esta pregunta sólo ella puede contestarla.
Tal vez éste sea el momento de retomar algunas ideas que dejamos de lado cuando impugnamos la hipótesis de trabajo del autor. Entre los adversarios que Grondona identificaba al comienzo, los medios que él definía como ‘independientes’ constituyen ya desde hace años parte de la oposición explícita a la cual el oficialismo se enfrenta sin medias tintas. La novedad tal vez esté representada por la creciente tensión entre el gobierno y aliados como Moyano y Scioli. Sin embargo, es posible ver en estos enfrentamientos internos la prueba de que la construcción de poder que realiza la presidenta parece mirar al largo plazo. Siempre ha habido en Moyano y en Scioli fuertes personalidades de proyección nacional en tensión con los intereses declarados del kirchnerismo. El enfrentamiento de estas aspiraciones por parte de la presidenta da cuenta de su voluntad por evitar que la línea política que representa se vea cooptada o desplazada por otras líneas internas no siempre afines. Más allá de nuestras valoraciones personales acerca del carácter de estadista de la presidenta, es menester reconocer que no existe estadista que no atienda a la construcción y conservación de poder político. Pedirle a un estadista que sea magnánimo con aquellos que desean ocupar su lugar no dista mucho de pedirle un suicidio político. Y aquí vuelve a reincidir el autor en simplificaciones

Cuando Grondona se pregunta por “el puño del poder inmediato” o “el pedestal de la historia”, lo que hace es presentar ambas opciones como necesariamente opuestas y excluyentes. Su planteo presupone que un estadista que mira a la historia no debe abordar las complejidades de la construcción coyuntural de poder. La realidad histórica desmiente esta concepción dualista y simplificadora de la práctica política (bastaría estudiar a Churchill o a Urquiza, si quisiéramos). Usualmente, los grandes estadistas han sido aquellos que, con miras en el futuro de sus naciones, han sabido actuar inteligentemente en la inevitable y diaria puja por el poder. 

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