28/11/11

Refutación 3: Cristina y Mauricio: ¿hacia un nuevo bipartidismo? (por Mariano Grondona)

En su columna del domingo 27 de noviembre para La Nación, el profesor Mariano Grondona avanza una curiosa conclusión: la Argentina va camino a un bipartidismo cuyos líderes parecen ser Cristina Fernández y Mauricio Macri. En su conclusión, el autor resume:
Si este diagnóstico se confirmara, nuestro país se acercaría a la configuración bipartidista de los países políticamente desarrollados, una configuración de la que hasta ahora no habíamos disfrutado, sin que importara a partir de este cambio fundamental quién ganara en 2015, ya que el bipartidismo no es un episodio, sino un sistema destinado, como tal, a perdurar a lo largo del tiempo.
Como es costumbre, el profesor Grondona construye su edificación argumentativa sobre innumerables falacias y reduccionismos que nunca está de más revisar. De eso me encargaré a continuación:

Punto 1: La democracia superior aún no existe

De este modo inicia Grondona su columna:
El bipartidismo es la forma superior del desarrollo político porque, gracias a él, dos partidos predominantes se alternan periódicamente en el poder según los humores del electorado. En los países políticamente desarrollados, el bipartidismo regula los latidos de la democracia. Cuando el partido en el poder sufre el desgaste que trae consigo la función de gobernar y el electorado se "enfría" respecto de él, el partido de oposición crece simétricamente porque le ha llegado su hora. Al sucederse uno al otro en virtud de la alternancia que los tiene a veces en el gobierno y a veces en el llano, los protagonistas del sistema bipartidario terminan por anudar las grandes "políticas de Estado" que van dibujando el destino de la nación; impiden así a la vez que algún presidente de ambición desmedida pretenda convertirse en "vitalicio" y hiera a la democracia.
Desde sus primeras palabras, el autor introduce un marco de lectura de la realidad que se presenta débil y falaz. Así, su definición del bipartidismo como “la forma superior del desarrollo político” deja entrever una percepción limitada de la democracia. Si la democracia es el sistema político que busca expresar a todas las facciones sociales, el multipartidismo debería ser su estadio natural. De hecho, el bipartidismo es en muchos casos un estadio de condensación de un multipartidismo anterior. No por nada, muchos partidos políticos fuertes suelen iniciarse como colectivos de fuerzas políticas menores. Así ha sido en la Argentina, e incluso en los Estados Unidos. Pero este procedimiento se vuelve más natural aún a medida que el sistema partidista evoluciona en el tiempo y los intereses sectoriales dentro de cada partido entran en crisis, algo que hemos podido apreciar con claridad durante la década del noventa, cuando el peronismo se fraccionó por el peso de sus propias contradicciones y se inició un período de construcción  de alianzas extrapartidarias que aún perdura. La experiencia parece señalar que, lejos de ser un punto óptimo de llegada, el bipartidismo es sólo un momento más dentro de la dinámica partidista, con mayor probabilidades de supervivencia en tiempos de calma política y económica, pero no por eso más deseable que el multipartidismo, como ya comentaré más adelante.

Ahora bien, la definición de Grondona va aún más allá, caracterizando a esta ‘forma superior’ de democracia como una que se encuentra librada a “los humores del electorado”. De ser así, en principio, deberíamos preguntarnos si tal democracia puede ser calificada de ‘superior’. El profesor Gondona no encuentra ningún impedimento lógico o ético en definir como ‘superior’ a una democracia en la cual el voto no es entendido más que como un capricho del electorado. Esta visión presupone un electorado irreflexivo y antojadizo. Si bien se trata de una caracterización que podría expresar con mediana certeza la realidad de buena parte de los sistemas democráticos, declarar su ‘superioridad’ es confesar una visión de la política en la cual el voto formal, sin incidencia política real, es lo deseable. Se trata, en definitiva, de una confesión antidemocrática, ya que un sistema político bipartidista de este tenor sólo podría transcurrir sin sobresaltos cuando existe un curso económico acordado y respetado por los partidos de poder. Esto es, sin más, lo que ha ocurrido en la democracia estadounidense, donde los partidos dominantes tienen una agenda común en lo que hace a política económica y bélica, además de estrechar idénticos lazos de connivencia con los grupos económicos que detentan el poder real en ese país.

26/11/11

Refutación 2: De nacionalismos y soberanías (de Hernán Brienza)

En su artículo ‘De nacionalismos y soberanías’, el politólogo Hernán Brienza traza una interesante semblanza de la construcción del nacionalismo hecha a lo largo de los gobiernos kirchnerista, construcción que se inicia con el apuntalamiento de la autoestima nacional y culminaría con la apelación a la responsabilidad ciudadana y política. En palabras del autor:

“En las últimas semanas, la presidenta le ha dado una vuelta de tuerca al concepto de identidad colectiva. (…) Ya no se trata de celebrar la autoestima y el orgullo, ahora se trata de asumir responsabilidades.”

En su argumentación, sin embargo, el autor vuelca al pasar conceptos en apariencia positivos que son, por lo menos, de dudosa carga ideológica. De ellos me encargo a continuación.

Punto 1: La tiranías de las masas o la verdadera pluralidad


Al describir la concepción ‘kirchnerista’ de soberanía como referida a “la política, a la economía, [a] lo cultural,” Brienza concluye:

“Un pueblo es soberano cuando su gobierno representa el interés de las mayorías y no el de las minorías.”

Este axioma no hace otra cosa que expresar el sentido común de una visión democrática restringida y, a su tiempo, elitista. Pensar que la democracia no es más que el interés de las mayorías acerca nuestro sistema político al sarcasmo borgeano que lo definía como “un abuso de las estadísticas.” O a la “tiranía de las masas” de Tocqueville. La democracia bien entendida y plural (palabra que Brienza reutiliza concienzudamente, por cierto) debe ser un campo de tensión donde todas las voces, aún las minoritarias, puedan expresarse y obtener respuesta a sus intereses. Creo suponer que el autor identifica las minorías con el poder económico y las mayorías con las clases trabajadoras. Esta identificación, que puede funcionar en el plano económico, se torna riesgosa cuando se la traslada a los planos políticos y culturales (aquellos otros planos que también constituyen la definición de ‘soberanía’ defendida por el autor).