30/9/12

REFUTACIÓN 1: La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento (a Mariano Grondona)

Después de mucho tiempo, recuperé este primer análisis, escrito ya hace casi un año, y que fuera el disparador de este blog. Si no lo había publicado antes se debió a que no acababa de conformarme su estilo de argumentación. Reviéndolo hoy, no noto diferencias profundas con el resto de lo que vengo escribiendo, de modo que tal vez no haya merecido haber quedado fuera durante tanto tiempo, y menos aún dado que su temática me permitió explayarme sobre algunas consideraciones personales que no hubiesen encontrado lugar en otra parte.

Quien se anime a su lectura debería tener presente dos cambios de importancia ocurridos desde que escribiera mi refutación. La primera, y fundamental, es que una mujer arribó a un billete de cien pesos, desplazando a Roca; la segunda, que el propio Grondona parece haber caído en cierta desgracia y sus otrora imperdibles columnas dominicales han comenzado a alternarse con otros autores. Por fortuna, nada de esto altera el alcance de este análisis, que comenzaba del siguiente modo:

Leer las tradicionales columnas de Mariano Grondona en la última página de La Nación dominical equivale a adentrarse en una edificación tan pintoresca como antigua, erigida con los ladrillos de un sentido común enmohecido y añejo. Se trata de una construcción endeble, compuesta por materiales largamente socavados por la irreversible evolución de las ideas y del pensamiento moderno. No deja de sorprender que sea él, el periodista más comúnmente asociado con el ámbito universitario, quien dé cabal y reiterada muestra de toda falta de actualización académica. Mucho ha cambiado en el mundo de las ideas en las últimas décadas. Las estereotípicas citas a Platón o a Aristóteles y el irreductible fervor etimológico se asemejan a la confesión de parte de quien sigue aferrado a los saberes de un pasado superado. Largamente.

No se me malinterprete. Admiro la fuerza creativa que ha de suponer interpretar una realidad compleja a través de los simples y unívocos parámetros del pasado. Por momentos, incluso, el resultado puede deparar cierta belleza intelectual. Confieso que acostumbro a pasearme por estas edificaciones. No por placer arqueológico, sino por la pura y hedonista gratificación que me depara identificar falacias, errores de conceptualización, debilidades argumentales. Pero nunca como hace algunas semanas tuve la oportunidad de toparme con una arquitectura tan abiertamente primitiva, que deje tan en evidencia la falta de lecturas fundamentales de un hombre que, nadie duda, ha leído mucho.

Como soy perezoso -y como he estado sumamente ocupado en otros menesteres-, me he tomado un largo mes hasta decidirme a concluir la pormenorizada respuesta que aboceté ni bien leí aquella nota titulada ‘La demonización de Roca y el olvido de Sarmiento,’ que ya desde el título deja entrever la tensión entre pasado y presente que complicará toda la argumentación. Opté por el modo más cómodo para desarrollar esta crítica. Ir por partes, cronológicamente, siguiendo punto por punto el desarrollo argumentativo del periodista. Decidí ser minucioso y extenso. Tan extenso, que seguramente la materia de análisis no justifique semejante esfuerzo. Pero sabía que me permitiría, de pasada, elaborar algunos conceptos que me interesaban desde hace tiempo. Además, tan rica en debilidades es esta columna, que no podía admitir dejarme ningún punto en el tintero.

Punto 1: La Historia ‘real’ y el relato historiográfico

Con estas palabras inicia el profesor Grondona su columna:
Para el "kirchnerismo duro", la historia no es algo real -lo que en verdad ocurrió, que sólo puede conocerse mediante serias investigaciones- sino algo imaginario, el relato , esa visión del pasado que impone hacia atrás el grupo dominante.
Sea lo que sea que el autor tenga en mente cuando habla de ‘kirchnerismo duro’, no quedan dudas de que su reflexión de apertura busca negar con énfasis toda diferencia entre Historia e Historiografía, una diferencia que no sólo no nace con el kirchnerismo, sino que es parte central de la epistemología de los estudios históricos. Para los especialistas, si la Historia es el pasado, lo que ha ocurrido concretamente (aquello que Grondona llama lo ‘real’), la Historiografía sería la labor de los historiadores, es decir, aquello que los historiadores escriben sobre el pasado. Claramente, la epistemología histórica distingue entre el pasado ‘real’ y aquello que un historiador puede escribir sobre ese pasado. No hay historiador egresado en las últimas décadas que pueda confundir Historia con Historiografía. Los historiadores saben que más allá de la seriedad de las investigaciones que lleven a cabo, el producto de su trabajo nunca es la Historia, sino la mera historiografía. Y la historiografía, cualquier historiador admitirá, es un ‘relato’, el relato que el historiador hace sobre el pasado. Y es un ‘relato’ y no lo ‘real’ porque el historiador nunca contará con todos los elementos necesarios para lograr abarcar la ‘realidad’ histórica en su totalidad.

Piénsese solamente en lo difícil que es ponernos de acuerdo sobre cuál es la ‘realidad’ de este presente vivo que transitamos. ¿Cómo ser tan ingenuos y proponer que es posible alcanzar la ‘realidad’ del pasado a través de algunos cuantos objetos arqueológicos, de algunas cartas y algunos escritos? Los historiadores, a diferencia de Grondona, no son nada ingenuos. Ellos saben que más allá de la evidencia concreta, su labor contiene un alto grado de interpretación. Y toda interpretación es siempre subjetiva y refutable. De modo que asimilar la concepción de la Historia como relato a un ‘kirchnerismo duro’ es, por lo menos, extravagante. Y desconocer que esta concepción no es el capricho de unos pocos, sino casi un axioma de las ciencias sociales, es ya inadmisible en un académico con un mínimo de actualización.

Punto 2: Alguien con historia escribe la Historia

Pero aún hay más en estas líneas iniciales. Recordémoslas:
Para el "kirchnerismo duro", la historia no es algo real -lo que en verdad ocurrió, que sólo puede conocerse mediante serias investigaciones- sino algo imaginario, el relato, esa visión del pasado que impone hacia atrás el grupo dominante.
Sobre el final, el profesor Grondona pone en duda que la Historia oficial haya sido el producto de los grupos de poder del pasado; el autor pareciera suponer que la historia que se nos ha narrado durante años está libre de ideología. La respuesta a este punto se sustenta en nuestro argumento anterior. Es que el interés por quién narra la Historia es, justamente, la lógica consecuencia de reconocer que la historiografía es un relato y no una realidad irrevocable. Detrás del relato histórico hay historiadores, seres históricos con sus presiones laborales y académicas, con sus vaivenes familiares y emocionales, con sus fortalezas personales y sus inevitables limitaciones; hombres y mujeres provenientes de un contexto social particular, que persiguen intereses particulares y miran la evidencia histórica desde sus particulares puntos de vistas. El método de investigación de las ciencias sociales puede hacer poco para limitar la injerencia de lo subjetivo en los resultados. Los historiadores siempre han seleccionado aquellos aspectos del pasado sobre los cuales volcar su interés. Esto es fácil de comprobar. No por nada la Historia ha sido casi siempre la historia de los poderosos (de algunos, más que de otros): reyes, líderes políticos o intelectuales; batallas, intrigas, revoluciones. Debimos aguardar hasta entrado el siglo XX para presenciar el surgimiento de ‘nuevas Historias’ hasta entonces silenciadas u omitidas. Recién entonces la historiografía comenzó gradualmente a dirigir su atención sobre las mujeres, la clase obrera, los locos, los homosexuales. Los oprimidos y las minorías comenzaron de a poco a encontrar su lugar en la Historia. Este cambio no ha sido caprichoso. El foco de atención de la historiografía fue ampliándose a medida que el poder, antes centrado en una clase dominante, también se amplió. No por nada es el siglo XX, el del fortalecimiento de las minorías, el siglo durante el cual este proceso va tomando forma. La pregunta que Grondona no se formula (la que se niega a convalidad) es la siguiente: ¿Quiénes construyeron el relato sobre el pasado que hoy en día comienza a ser revisado y cuestionado? ¿A qué grupo pertenecían los historiadores que definieron el pasado que aún hoy se transmite como oficial? Confirmar que los historiadores que forjaron la historia oficial argentina pertenecían y se identificaban con los valores e intereses de las clases dominantes basta para alzar un signo de duda sobre sus construcciones. Y la argumentación del profesor Grondona, sin proponérselo, acabará dándonos la razón en las próximas líneas.

Puntos 3 y 4: Toda Historia es revisionista y los próceres también se construyen

La llamada batalla cultural en la que están empeñados los ultrakirchneristas consiste en sustituir la visión hasta ahora predominante de nuestro pasado, lo que ellos llaman "el relato liberal", por "otro relato", en el cual los próceres de antaño pasan a ser los villanos y las figuras emblemáticas del proceso nacido en 2003, particularmente Néstor Kirchner, pasan a ser los nuevos próceres.
Si es posible que un viejo prócer transmute en villano o que el fallecido ex presidente sea ungido prócer, esto es, justamente, porque estamos admitiendo que la Historia es un relato. El problema con la Historia de los ‘ultrakirchneristas’, entonces, no sería su carácter de construcción (pues toda Historia lo es). El problema sería, llanamente, que se trata de una construcción incómoda para el profesor Grondona. Él, sin duda, se siente más a gusto con la Historia ‘tradicional’. Pero la comodidad, se sabe, es un argumento pobre. Los relatos históricos, como las ideologías (de hecho, los límites entre ambos son bastante difusos) sólo pueden ser debatidos a partir de los valores que encarnan. Un prócer nacional no lo es únicamente por haber sido una personalidad de relevancia histórica. Un prócer es tan sólo uno entre tantos otros personajes relevantes del pasado al cual se rescata particularmente en nombre de los valores que puede encarnar para una sociedad. No por nada Sarmiento se asocia con la educación y  Roca con el afianzamiento del Estado nacional. La función de ambos en tanto próceres es simbólica y, por lo tanto, su complejidad histórica acaba siendo sintetizada. A los efectos de una historia oficial, los próceres equivalen a conceptos: educación, Estado nacional. Para un historiador, en cambio, Sarmiento y Roca son, con seguridad, personajes más turbulentos y ambivalentes, algo más próximos a seres de carne y hueso. Es a esta re-humanización y complejización de los hombres del pasado a lo que apunta muchas veces el revisionismo histórico.

Con sus palabras, Grondona parece desconocer una verdad que ningún historiador o filósofo de la historia se animaría a cuestionar: que el carácter de prócer es otorgado, no natural. Pero va más allá aún, forzando la coyuntura para convencernos de que la ‘batalla cultural’ del kirchnerismo consiste en voltear a los próceres del pasado para imponer a Néstor Kirchner como nueva efigie patria. Esto es, por lo menos, incorrecto (muy incorrecto). Es cierto que el debate abierto por los historiadores revisionistas hoy encuentra eco en el gobierno, pero no es cierto que este debate sea un debate ultrakirchnerista. Y la razón es simple; se trata de un debate que tiene largas décadas de vida, y que se daba en las sombras aún antes de que el kirchnerismo soñara con existir. En este debate, por cierto, lo que se promueve con mayor énfasis no es la elevación de Néstor Kirchner a héroe nacional, sino el rescate de personajes que han sido marginados por la historia oficial debido a su cercanía con lo popular. Rosas es un claro ejemplo. Y el hecho de que su figura fuese rescatada ya en los 90, para ilustrar los entonces nuevos billetes de $20, da cuenta de cómo el revisionismo se iba haciendo huecos aun en tiempos nada kirchneristas.

Punto 5: Los movimientos políticos también construyen su propia Historia oficial

Tal vez, me permito inferir, el profesor Grondona confunda el debate revisionista, de hondas raíces académicas, con la construcción simbólica que el propio kirchnerismo hace de quien fuera su líder fundador. Una construcción lógica e inevitable, por cierto, cercana a la que el radicalismo hiciera de Irigoyen, o el peronismo de Eva y de Perón. Las fuerzas políticas parecen necesitar de figuras representativas y unificadoras tanto como los Estados. Pero lo que el kirchnerismo haga con la figura del ex presidente no tiene por qué impactar en el relato histórico, que corre por otros carriles y requiere de otros tiempos. Esto, de ningún modo supone ignorar que tal vez el ex presidente posea cualidades que le permitan aspirar a un lugar destacado en la Historia oficial. Eso está por verse y, en todo caso, no debería asustar a nadie. ¿Acaso no aspira ya a ese sitio el propio ex presidente Alfonsín, a quien cada vez más se suele caracterizar como ‘padre de la democracia’? El miedo de Grondona, una vez más, no parece derivar del modo en que se estructura el relato histórico, sino de la sencilla razón de que la Historia podría tomar una forma con la cual él mismo no se siente cómodo. Tal vez a esto respondan sus siguientes palabras:

Punto 6: El revisionismo


La batalla cultural que ha emprendido el ultrakirchnerismo apunta a dos objetivos centrales: de un lado, beatificar a Kirchner; del otro, demonizar a los representantes de la que ellos llaman "la Argentina liberal" y, particularmente, a Julio Argentino Roca, que presidió nuestro país de 1880 a 1886, y de 1898 a 1904.
La falacia central de este argumento ya fue explicada. Resta cuestionar simplemente la inquina particular que al parecer el kirchnerismo tiene hacia la figura de Roca. No estoy de acuerdo en que se realice una persecución especialmente dirigida sobre la figura de este prócer. Sí es cierto que Roca es cuestionado, y mucho. Pero, del mismo modo, el revisionismo deja al desnudo el lado oscuro de otrora bronces como Sarmiento, Rivadavia, y, más cerca, hasta del propio Borges. Son dos los motivos que pueden hacer creer al profesor Grondona que Roca es un blanco más blanco que otros. Por un lado, el hecho de que se oigan más voces en contra de este prócer que de ningún otro. Lo cual ocurre dado que no es el kirchnerismo únicamente, sino una pluralidad de fuerzas políticas y de organizaciones aborígenes las que atacan el alto lugar que se ha concedido a Roca en nuestro panteón de héroes nacionales. Pero si es un colectivo social el que lo cuestiona, y no el kirchnerismo en particular, entonces asociar la crítica a Roca con el kirchnerismo es falaz y simplificador de la realidad. El segundo motivo, sin dudas, es que la cada vez más sólida propuesta de desterrar al prócer de los billetes de 50 pesos esconde una violencia que no posee otro tipo de diatriba meramente intelectual. Roca no sólo sería cuestionado, sino que sería ‘físicamente’ degradado a desaparecer del sitial que hasta hoy ocupaba.

Más adelante articularé mi propia percepción del lugar que Roca debería ocupar en nuestra historia oficial. Hasta aquí, me alcanza con evidenciar nuevamente cómo el aprecio particular del profesor Grondona por Roca, unido a su particular desprecio por el kirchnerismo, le impiden apreciar la complejidad del proceso de revisión histórica que se está llevando a cabo en nuestro país, y donde el kirchnerismo es sólo una voz entre tantas otras, y, tal vez, ni siquiera la más importante.

Punto 7: La pedagogía de la historia también ha evolucionado

Continúa el autor:
La demonización de Roca es un proyecto que discurre a través de tres vías convergentes cuya intención común es destronarlo de la consideración de los argentinos de hoy y, particularmente, de los jóvenes que, a la inversa de los ciudadanos de edad madura, no pueden refutar a los promotores de la "batalla cultural" desde sus propios recuerdos.
Ciertas calificaciones y descalificaciones del periodista continúan encerrando limitaciones en su percepción de una realidad compleja. Por empezar, Grondona presupone que los “ciudadanos de edad madura” poseen “recuerdos” sobre el pasado que se ajustan a la ‘realidad’ histórica. A esta altura, ya debería haber quedado claro que, a menos que Grondona hubiese vivido en tiempos de Roca, sus ‘recuerdos’ no contienen otra cosa que una selección de datos y la interpretación que de esos datos hacían los historiadores (mejor dicho, los escritores de libros de textos) de sus tiempos de estudiantes. La pedagogía histórica del pasado acostumbraba a idealizar la Historia y a sus personalidades, seleccionando y puliendo asperezas, e hilando lazos emotivos antes que promoviendo un abordaje crítico. Tal vez esto explique que el periodista no pueda tomar distancia de personajes que han sido gravados con enfática emotividad en su corazón de estudiante. La pedagogía crítica, que es la pedagogía que impera en los profesorados actuales, se horroriza ante esta forma de abordar la historia. Precisamente porque una de sus consecuencias es la absorción emocional y acrítica de sólo uno de los tantos relatos posibles sobre el pasado. Para la pedagogía crítica, un alumno de historia jamás tendrá ‘recuerdos’ del pasado histórico, sino de las distintas ‘interpretaciones’ que distintos autores hagan de aquel pasado. El mundo que se devela a través de esta pedagogía es necesariamente un mundo complejo, lejano al mundo unívoco y poblado de ‘verdades’ al que parece aferrarse el profesor Grondona.

Punto 8: El revisionismo, como la Historia, no es apolítico

Finalmente, Grondona enumera los proyectos que atentan contra el sitial en el cual la historiografía tradicional ha ubicado a Roca:
La primera de estas vías es la publicación de supuestos libros de historia que, en realidad, no son otra cosa que piezas de propaganda para el consumo de los menos informados. La segunda vía tiende a manchar, destruir o mutilar los monumentos que, desde la Patagonia hasta Buenos Aires, han venido exaltando a Roca desde hace un siglo. La tercera vía es borrar su imagen hasta de los billetes de cien pesos.
El autor comienza descalificando a las publicaciones revisionistas como “piezas de propaganda.” Siempre ha habido libros más serios que otros, y autores más meritorios que otros; sin embargo, debería llamarnos la atención el calificativo de ‘propaganda’ aplicado a un libro de historia, a menos que nuevamente admitamos (lo que el profesor se niega a admitir) que historia e ideología van de la mano. Aunque el uso del término ‘propaganda’ sea discutible (yo preferiría el de ‘punto de vista’), si nos aferráramos a las palabras del profesor Grondona, entonces valdría también argüir que todo relato histórico puede ser interpretado como propaganda; que todo relato histórico sería una solapada publicidad del sustrato ideológico que lo sustenta. Una vez más, el autor nos da la razón en la refutación de sus propios argumentos. Desde este punto de vista, un historiador marxista sería propagandista, claro, aunque no más que un historiador liberal. La diferencia estaría en que detrás de la argumentación de cada uno, se validarían principios y poderes distintos.

El segundo y tercer punto enumerados por el autor permiten retomar la discusión acerca del valor simbólico de los próceres. Una estatua o un billete son conquistas otorgadas a partir de la representatividad que un personaje del pasado adquiere para un país. Sin dudas, Roca fue, durante años, asimilado con el fortalecimiento del Estado nacional. Los modos y el carácter de ese Estado son lo que se pone en cuestionamiento y lo que tal vez lleve a que su figura sea desplazada en el mediano plazo. Cuál sea el destino que la Argentina del futuro otorgue a Roca (si monumentos, o billetes, u otra cosa) dependerá en gran medida del debate al cual Grondona hace referencia de este modo:
Bastan algunos ejemplos para ilustrar esta campaña. El escritor Osvaldo Bayer ha propuesto retirar la estatua de Roca de la ciudad de Buenos Aires porque, en su opinión, "fue el Hitler argentino". La diputada Cecilia Merchán propuso reemplazar la figura de Roca de los billetes de cien pesos por la imagen de Juana Azurduy, una heroína indudable de nuestra independencia. Otro diputado, esta vez agrario y radical, Ulises Forte, quiere sustituir a Roca en los billetes de cien pesos por estampas del famoso Grito de Alcorta de 1912, que dio nacimiento a la pujante Federación Agraria. Los diputados del Frente para la Victoria han anunciado que impulsarán el reemplazo de Roca en los billetes por la figura, sin duda elogiable, de Hipólito Yrigoyen. En el imponente Centro Cívico de San Carlos de Bariloche, el monumento a Roca que todavía lo preside ha sido un blanco incesante de pintadas agresivas que anuncian la intención de removerlo.
Hasta aquí, algunos datos variopintos, concretos y desafectados. Curiosamente, su lectura refuta la tesis de Grondona de que son los ultrakirchneristas (o los kirchneristas, siquiera) quienes apuntan contra el prócer. Pero el periodista continúa:

Punto 9: Un ejemplo de interpretación histórica


El principal argumento que se utiliza para denostar a Roca es que en la Campaña del Desierto de 1877, que condujo como ministro de Guerra, incurrió en genocidio para aniquilar a los "pueblos originarios" que poblaban la Patagonia. Bastaría recurrir a verdaderos historiadores como Félix Luna en su espléndida biografía, que lleva por título Soy Roca , o a otros estudiosos, como Luis Alberto Romero, para desenmascarar esta falacia. En primer lugar, porque los mapuches a los que derrotó Roca no eran "pueblos originarios" de la Patagonía sino pueblos "invasores", ya que eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches, antes de que llegara Roca. En segundo lugar, porque habría que anotar que muchos mapuches, aunque no todos, sin ser por cierto los idílicos "buenos salvajes" de Rousseau, desataron los malones que mataban a nuestros pioneros rurales, y raptaban a sus mujeres, llevándose el producto de sus sangrientas correrías al otro lado de la cordillera. En tercer lugar, porque Roca, lejos de ser un despiadado "genocida", pactó la paz con casi todas las tribus invasoras.
Obviaré en este análisis la refutación del relato histórico que el profesor Grondona hace de la famosa ‘Campaña del Desierto’, que ya desde su denominación pretende anular la existencia de multitud de tribus aborígenes en los territorios conquistados. Es que justamente este relato, que es válido desde los datos históricos concretos, pretende esconder el sesgo interpretativo del que está teñido. Es un inmejorable ejemplo para poner a prueba la noción de que historia e interpretación van de la mano. Preguntémonos tan sólo: ¿Fue aquella campaña un genocidio o no? ¿Debemos considerar a los pueblos mapuches como originarios o no? ¿Estaban los malones justificados por la presencia del hombre blanco o no? Como se notará, no hay una respuesta unívoca a estas preguntas. La respuesta que demos dependerá de nuestra propia interpretación de la realidad. Algunos culparán de los malones a la insidiosa presencia de pioneros en territorio aborigen; otros culparán a estos últimos de injustificado vandalismo. Es claro que la visión de Grondona en torno a Roca entra en conflicto con la de algunos historiadores y organizaciones políticas y aborígenes. No porque los datos históricos que manejen sean radicalmente distintos, sino porque la interpretación que hacen de esos datos es la que cambia. Nótese, por ejemplo, el reparo que el profesor Grondona muestra al asociar ‘genocidio’ con Roca, y la liviandad con la cual califica los malones de “sangrientas correrías.” La interpretación y la subjetividad se entremezclan inevitablemente en toda narración histórica.
 
Punto 10: La diferencia entre el personaje histórico y el prócer


La calificación de "genocida" mediante la cual se lo pretende demonizar incurre en un pecado que el propio Max Weber denunció cuando sostuvo que el verdadero historiador no es quien retroproyecta sus propios valores al pasado, sino quien describe a los protagonistas del pasado desde los valores que ellos mismos poseían. En la Argentina de 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política, reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban.
Llegamos aquí a un punto de acuerdo. Weber tenía razón. Lo que Grondona no parece comprender, una vez más, es que hay una distancia y una diferencia substancial entre el personaje histórico y el prócer nacional. Quien diga que Roca fue malo o cruel, sin dudas, estará cometiendo un anacronismo. El ataque que se vuelca sobre la figura de Roca, sin embargo, está justificado desde su lugar de prócer. Como ya señalé, los próceres encarnan conceptos, son símbolos que permiten construir sentido de unidad y nacionalidad. Como todo símbolo, un prócer es una construcción, una síntesis muy distinta de la persona histórica real. De modo que en el centro del debate acerca de Roca, debería aparecer la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los personajes históricos que queremos que nos representen y cuáles no? Así como es anacrónico estimar el pasado desde los valores del presente, también lo es aferrarse a símbolos del pasado que ya no representan los valores del presente. Roca fue un claro emblema de una sociedad unida y unificada bajo un puñado de valores dominantes, asociados con la bandera civilizatoria del progreso. En una Argentina que camina cada vez menos esforzadamente hacia el respeto a la diversidad y a la multiculturalidad, en una Argentina que ha llegado a reconocer en su nueva constitución el derecho ancestral de las comunidades aborígenes a la tierra, la figura de Roca tal vez haya perdido buena parte de su antigua representatividad. Esto en ningún momento significa dejar de reconocer su relevancia histórica. Sólo que no es la Historia lo que está en discusión. Lo que está en discusión es por cuáles de los personajes de la Historia esta Argentina del presente desea ser representada. Los libros de texto no podrán borrar jamás la figura de Roca. Embanderar su defensa como si fuese su lugar en la Historia lo que estuviese en debate es desconocer la diferencia entre prócer y personaje histórico, o, simplemente, poner en evidencia una percepción de la Historia y de la argentinidad que hace tiempo viene siendo cuestionada en la mayoría de los ámbitos académicos y culturales, precisamente, por simplificadora de la realidad.  

Un resumen provisorio

El profesor Grondona concluye la primera parte de su argumentación del siguiente modo:
Debe reconocerse también que Roca no consiguió que Chile admitiera nuestra soberanía sobre la Patagonia mediante una guerra que supo evitar, sino que, haciendo gala de su insuperada astucia, justamente cuando Chile libraba contra Perú y Bolivia la Guerra del Pacífico de 1879-1883, con sólo insinuar al gobierno trasandino que, a menos que aceptara nuestros reclamos en el Sur, entraríamos en esa guerra del lado de sus enemigos, obtuvo lo que pretendía sin disparar un tiro. Fue gracias a esta incruenta estratagema como consolidó el dominio argentino de la Patagonia, y logró que millones de pobladores ulteriores, entre ellos el propio Kirchner, pudieran sentir más tarde el aguijón de la argentinidad. Roca nos dio la Patagonia sin derramamiento de sangre. ¿Decretar su demonización agregándole la beatificación simultánea, fulminante y antagónica de Kirchner no es llevar la ideología demasiado lejos?
El autor concluye retomando falacias previamente sostenidas y reincidiendo en interpretaciones subjetivas que vuelven a apoyar la noción de la historia como relato. Nuevamente el ataque a Roca aparece presentado como un trueque entre éste y Kirchner, y no como dos relatos independientes, con abogados distintos y muchas veces irreconciliables. Del mismo modo, una vez más deja entrever una personal valoración de los hechos del pasado cuando señala que Roca nos dio la Patagonia “sin derramamiento de sangre”. Evidentemente, para el autor, la sangre chilena tiene un valor que la sangre aborigen no posee. De otro modo, no se entiende que la sangre de los pueblos originarios no aparezca computada en su evaluación final de nuestra soberanía sobre la Patagonia.

Punto 11: Sarmiento no se salva

Como si todo lo anterior fuera poco, en una misma columna de opinión, Grondona pretende abordar también la figura de Sarmiento. Sus conclusiones no son menos arbitrarias, aunque bastante más curiosas. Así comienza:
A Sarmiento no se lo ha demonizado como a Roca. Aún hoy, se lo sigue honrando desde todos los rincones del arco ideológico. Pero ¿estamos prolongando en verdad su legado, que no fue otro que asentar el futuro argentino sobre el pilar de la educación? Sarmiento nos puso a la cabeza de América latina a partir de un acontecimiento sin parangón: la irrupción revolucionaria de la educación pública y gratuita.
Durante la inauguración de la Exposición Rural de este año, el titular de esta Sociedad Rural pretendió recuperar la devaluada figura de Sarmiento para golpear al gobierno kirchnerista. La respuesta del oficialismo fue contundente. Sarmiento despreciaba a los hacendados del campo y resultaba irónico que fuera justamente la Sociedad Rural quien pretendiera recuperar sus valores. El uso político que se hizo de la figura de Sarmiento durante aquel incidente tal vez haya dejado la percepción de que Sarmiento, a diferencia de Roca, goza de buena ‘salud simbólica’. Lo cierto es que su figura es objeto de debate y cuestionamiento en los ámbitos educativos, tanto o más que Roca. Del mismo modo que con Roca, lo que se cuestiona no es su relevancia histórica, sino su capacidad de encarnar una mentalidad pedagógica y una forma de visualizar la escuela que se distancia en aspectos fundamentales de la visión sarmientina. El profesor Grondona, evidentemente, no parece estar al tanto de nada de esto. Por eso continúa preguntándose, al igual que el titular de la Sociedad Rural, por el legado de Sarmiento, sin reconocer que se trata de un legado complejo que va mucho más allá de la educación como pilar del futuro, y cuyos principios fundantes también se ven debatidos y cuestionados. Hacia esto nos conducen las siguientes líneas del autor:

Punto 12: La escuela de Sarmiento no puede ser la escuela del futuro

Fue gracias a su extraordinaria visión como los niños y los jóvenes, sea cual fuere su origen económico, recibieron el don de la igualdad de oportunidades. Una igualdad que estaba fundada, eso sí, sobre la disciplina y el esfuerzo.
Nuevamente, el profesor Grondona hace gala de su completa falta de actualización académica. Su valoración de la educación pública continúa ceñida a un concepto largamente cuestionado y hoy en día prácticamente caduco. Son innumerables los autores y los estudios que han contribuido a derribar la creencia de que igualdad de educación equivale a igualdad de oportunidades. Los docentes de hoy en día saben que el bagaje cultural con el cual los alumnos llegan a la escuela es determinante de su éxito o fracaso, y que una escuela que transmite valores asociados a determinadas clases sociales va a erigir invisibles obstáculos simbólicos para quienes provienen de otros ámbitos sociales. De aquí que la frase ‘igualdad no es lo mismo que equidad’ se haya transformado en axioma dentro del ámbito educativo. La verdadera igualdad de oportunidades no se fomenta dando a todos lo mismo, sino dándole a cada uno lo que necesita para avanzar con éxito en su experiencia de alumno. Y no todos necesitan lo mismo. Esta noción de igualdad supeditada a la diversidad de origen encuentra ciertamente un obstáculo en la escuela sarmientina tradicional, pensada estructuralmente como un ámbito de unificación y homogeneización cultural.

Punto 13: Reconocer el problema no significa identificar la solución

Hoy, hasta las familias más pobres pugnan por ingresar en la educación privada y pagan lo que no tienen para escapar del derrumbe de la educación pública.
Es cierto que la educación pública se derrumba. No es cierto que la educación privada se salve de este derrumbe. En todo caso, su caída es más gradual y menos estrepitosa, ya que la escuela privada aún es expulsiva, lo que le deja cierto margen de autorregulación frente a los embates de un entorno que pone a toda la educación tradicional en crisis. Tampoco es cierto que el problema de la educación sea un problema sólo nuestro. Es un problema complejo que atraviesa a todas las naciones y que deriva de los dramáticos cambios sociales, culturales y tecnológicos que han tenido lugar en los últimos 50 años, y que, naturalmente, afectan una institución que aún se encuentra estructurada en torno a valores y condiciones propias del siglo XIX.

Entonces, ¿cómo se salva a la escuela? La respuesta no es patrimonio de nadie, si es que existe una respuesta viable. Para algunos de los que piensan la educación, la escuela tradicional (nuestra escuela de Sarmiento) no tiene salvación. En su lugar, sólo puede proponerse una nueva escuela, con otros tiempos, otras formas, otros valores, otras tecnologías. El discurso de recuperación de la escuela al que adhiere Grondona, y que es moneda corriente entre políticos y ministros de educación de todos los signos políticos, evidencia una dramática superficialidad en el análisis, y sólo puede derivar en políticas correctivas que apenas funcionan como parches a corto plazo, pero que nada pueden hacer por detener la caída.

Punto 14: Los maestros ya no creen en idealizaciones porque ellos trabajan con la realidad

¿A Sarmiento aún lo honramos, entonces, sólo de la boca para afuera? Su obra revolucionaria fue posible porque giró en torno de la exaltación de la figura del maestro, por todos venerada. ¿Qué padre se atrevía a contradecir al maestro, supuestamente en nombre de sus niños? Hoy, hay padres que agreden a los maestros en representación de esos hijos a quienes consienten, si los maestros osan aplicarles una mala nota. ¿Dónde ha quedado el exigente ideal de "mi hijo el doctor"?
De pronto, un argumento que parecía orientarse al reproche político, adquiere ribetes sociales. Ya no es el Estado el problema, sino los padres, la sociedad que no respeta a sus maestros. Yo pondría nuevamente en duda esta simplificación de términos. En realidad, lo que ha entrado en crisis ha sido la figura de autoridad, tanto punitiva como moral. En el mundo unívoco que el profesor Grondona parece habitar, la autoridad es fácil de identificar. Basta ser nombrado como tal; basta ser maestro, para recibir el respeto y la aprobación de alumnos y padres. En un mundo complejo, en el cual las verdades son plurales, la noción de autoridad es lo primero que se desgasta. Y en nuestra sociedad, esta noción está desgastada. Esto no significa avalar la falta de respeto y la desconsideración de los padres hacia los docentes. Pero confundir el síntoma con la enfermedad nos aleja de una comprensión real del problema. Cómo no sorprendernos, entonces, cuando el párrafo continúa del siguiente modo:
Llama la atención que los propios docentes hayan sido los primeros en rebajarse a sí mismos al renunciar a su título egregio de "maestros" para autodenominarse modestamente "trabajadores de la educación", como si la dependencia laboral fuera su única condición. Pero ¿no hay acaso entre nosotros miles de docentes que querrían volver a ser considerados maestros y se sienten asfixiados por sus ligaduras sindicales?
En el modo en que el profesor Grondona lee la realidad está la clave de todo. De pronto, pasamos del problema cultural al problema gremial. La culpa ya no la tienen los padres, sino los docentes. Y la culpa del docente pasa por agremiarse y defender derechos laborales en lugar de aspirar a honores simbólicos. En este punto de la argumentación, se vuelve del todo imposible interpretar cuál es la realidad a la que apela el autor. ¿Acaso sugiere que los sindicatos impiden a los docentes hacer bien su trabajo? ¿Acaso sugiere que luchar por un salario y condiciones de trabajo dignas perjudican la tarea del docente? ¿Acaso sugiere que aferrarse una concepción de la docencia como sacerdocio solucionaría los problemas? Ninguno de estos argumentos podría sostenerse en el estado de cosas actual, de modo que prefiero compartir mi desconcierto y confusión.

El problema central que parece extraerse de la argumentación de Grondona acerca de la educación es su excesiva idealización. El autor idealiza a Sarmiento, de quien desea extraer enseñanzas que ya no pueden tener efecto sobre nuestra realidad; idealiza a la escuela pública y privada, suponiendo que su estructura es atemporal y puede seguir siendo efectiva aún en condiciones sociales muy distintas a las que las parieron; idealiza a los maestros, a quienes supone seres de luz capaces de transformar una realidad adversa a puro compromiso. Esta idealización es equivalente a la idealización de la Historia discutida con anterioridad. En realidad, el profesor Grondona no puede concebir un mundo de valores y verdades en perpetua transformación. Es más cómodo pensar que las ideas de Sarmiento se mantendrán perennes, que la escuela que funcionó en el pasado puede funcionar hoy también y que los docentes deben dar todo por su comunidad sin pedir nada a cambio. Pero estas concepciones son constantemente desmentidas por los hechos, y seguir persistiendo en ellas es alejarse no sólo de una lectura coherente con la realidad, sino también de cualquier búsqueda seria de soluciones efectivas.

Punto 14: Los valores pedagógicos de Sarmiento

Con Sarmiento, nuestra tabla de valores ponía en la cumbre al maestro por encima hasta de los propios padres, mientras la misión principal de los niños era, por lo pronto, aprender.
En esta sentencia, el profesor Grondona vuelve sobre los valores y saca a la luz, quizá, uno de los conceptos sarmientinos más cuestionados. Si el maestro de Sarmiento es puesto por encima de los padres es porque la escuela de Sarmiento se instituye sobre la idea de que las clases bajas representan la barbarie, que debe ser educada en los valores civilizatorios de las clases altas. Esta barbarie puede tocar tanto a los criollos como a los hijos de inmigrantes. Se trata de una concepción educativa que no reconoce la cultura previa de los alumnos, sino que se propone borrar todo trazo de conducta o saber considerado indeseable o nocivo. Esta es una concepción pedagógica que está en las antípodas de lo que se propone desde los diseños curriculares actuales. El reconocimiento de la diversidad, el respeto a las diversas culturas familiares y la valoración de los conocimientos previos de los alumnos son principios de una pedagogía actualizada que no pueden de ningún modo emparentarse con los valores de la pedagogía sarmientina. En aquella pedagogía, la tarea del alumno (por cierto, bien definida por el autor) era reproductiva. ‘Aprender’ significaba recibir la información que aquellos que tenían el saber les prodigaban. La pedagogía más reciente se está esforzando por dejar atrás estas concepciones. Si bien nunca existirá educación sin transmisión de saberes, para las nuevas pedagogías, la finalidad de la educación debería ser la construcción activa y crítica de conocimiento, una diferencia que parece sutil si nos quedamos en el nivel de la expresión, pero que implica un quiebre radical en la relación del alumno con el mundo y el conocimiento. No es casualidad que una de las consecuencias de toda educación activa y crítica sea la dilución del docente como autoridad inapelable. Es que de eso se trata enseñar a pensar.

¿Conclusión?: No hay que olvidarse de Sarmiento, ni de Roca, ni de Grondona

Con las siguientes palabras cierra el profesor Grondona su columna:
A Sarmiento, es verdad, no lo hemos atacado como algunos a Roca. Simplemente, lo hemos olvidado, lo cual es aún más grave porque, en tanto que ya nadie podría quitarnos la Patagonia que Roca nos legó, el olvido de Sarmiento nos está privando de su legado sin que ni siquiera nos demos cuenta.
Estas líneas retoman puntos anteriores, ya suficientemente comentados. Por eso me concentraré en la noción de ‘olvido’ asociada a nuestros próceres. Ya he señalado que el legado de Sarmiento no es del todo aplicable en la actualidad. Si Sarmiento continúa gozando de cierta buena salud en el imaginario popular es porque aún creemos que la educación pública, una de sus defensas fundamentales, es importante. El caso de Roca es distinto. Roca expresa una forma de abordar la diversidad y los derechos de los pueblos originarios que choca contra nuestros actuales valores nacionales. Entre tanto, son muchos los personajes de la historia más reciente que aguardan por un lugar en el sitial de los nombres representativos de nuestra concepción de nación. Las transformaciones sociales imponen transformaciones simbólicas; algunos nombres caerán, otros subirán, pero el Olimpo de los próceres jamás permanecerá estático. Si la sociedad y el concepto de nación cambian, ¿cómo suponer que nuestros próceres no cambiarán? El cambio es lógico y natural. Pero el cambio no significa necesariamente el olvido. Roca seguirá siendo Roca, del mismo modo en que Sarmiento seguirá siendo Sarmiento y Kirchner seguirá siendo Kirchner. El valor de sus logros o sus fracasos sabrá garantizarles un lugar en la historia (en la grande o en la pequeña), aunque tal vez no en el panteón de próceres nacionales. Tal vez los valores nacionales sobre los cuales queramos construir nuestro futuro requieran de algunos y prescindan de otros, o tal vez prescindan de todos. No está mal que el profesor Grondona, como cada uno de nosotros, haga sus votos a favor de quien mejor lo represente; el error está en suponer que los votos personales pueden universalizarse, y que lo que una vez fue preferible, lo seguirá siendo por siempre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario